Ley antitabaco de quienes querían legalizar incluso las drogas más duras
La nicotina,
componente clásico del tabaco (que nosotros no usamos), es un anestésico del sistema nervioso
central, que bloquea los receptores de acetil-colina,
neurotransmisor
de baja intensidad en nuestro organismo .
Precisamente por esta obstrucción de neurorreceptores, su número aumenta
para
compensar su neutralización; de
modo que, cuando cesa el ingreso de
nicotina, quedan libres un exceso de ellos, que hacen padecer sobreexcitación al individuo; aunque, como
decimos, de baja intensidad.
No sucede lo mismo con las drogas duras, anestésicos enérgicos porque afectan a los receptores de la dopamina, neurotransmisor potente que, por serlo, causará un ‘síndrome de abstinencia’ agudo,
con --por ejemplo-- contracciones abdominales
insufribles.
En cuanto a la marihuana, su efecto más nocivo consiste en
la degradación inclemente de las funciones intelectivas, volviendo zombis imbéciles a quienes la
consumen.
Pero el tabaco,
en cambio, por su bajo valor anestésico, podríamos decir que, frecuentemente, llega a resultar hasta saludable por su función
ansiolítica,
‘tranquilizante’; y que por esto puede
llegar incluso a ser estimable para las
relaciones sociales, toda vez que lima asperezas y exabruptos y nos hace más pacientes y amables ‘abueletes’.
Así, se ha dicho que fumar es como ‘ocio en el trabajo, y trabajo en el ocio’.
Y si no, que se lo pregunten a los viejecillos cuyo único consuelo y báculo para sobrellevar
su soledad y decadencia es, como
bien se sabe, ‘echarse un pitillito’
charlando con sus vecinos en
el bar de al lado…
Es por esto por lo que la ley antitabaco nos parece una notoria exageración que no se justifica con el pretexto de la contaminación ambiental por
el humo. Hoy día es realmente infantil --por decirlo suavemente-- esgrimir este
motivo cuando existen eficacísimos sistemas de extracción y renovación del aire de locales cerrados. De modo que, en lugares de ocio, las ventajas
individuales y sociales de la nicotina hacen empalidecer hasta convertirlo en
ridículo e irreal el ‘inconveniente’ del humo…
Y lo más llamativo
de esta alocada ley antitabaco, que demoniza incluso a inofensivo ancianitos dignos siempre del mayor
respeto, es que haya sido ‘impuesta’ --con un feroz rigor más propio de las
sedientas hogueras de Torquemada-- por
quienes siempre han preconizado
la ‘liberalización’ del comercio y consumo de ¡ todo tipo ! de drogas… incluso
las más duras.
Y no será necesario recordar aquí las campañas a favor de
las drogas que hemos padecido en periódicos
manejados por la masonería, en
pintoresca connivencia --¿con la esperanza de alguna suculenta ventaja crematística
a corto y largo plazo?--;
connivencia, digo, con grupos radicales de disgregación social.
Ejemplo
paradigmático de ello fue la arenga del recién asentado alcalde de Madrid, Enrique Tierno, socialista y sin embargo (?)
masón, que a los callejeros reunidos les animó
encarecidamente a que se fumasen un buen porro…
Por tanto, e incluso
completamente al margen de un Eurovegas
o un ‘loquesea’,
la
ley antitabaco es una importuna e impertinente ‘chuminada’ demagógica que debería ser derogada
ipso facto.