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Reflexiones pluridisciplinares sobre la actualidad reseñada en los medios de comunicación

lunes, 30 de enero de 2012

Dios existe. Y la libertad humana, también. (Primera parte: de quién y cómo es Dios)

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El otro día hablé casualmente con un antiguo alumno. Salió el tema de ‘la que está cayendo’. Y al hilo de ello me digo lo típico: “No comprendo cómo, si existe Dios, permite que pase lo que pasa”.

Dejando, por el momento, de lado el contrasentido intrínseco de ésa su ‘incomprensión’ --contrasentido que podemos condensar en: “O sea: que si tú fueses Dios, ¡lo harías mejor que Dios! (pues ¡qué bien!)”--, nuestra conversación fue, por ambas partes, la propia de ‘entre amigos’. Con cordial sinceridad. Con exquisita objetividad conforme corresponde al razonamiento universitario. Sin prejuicios ni dogmatismo alguno.

Y como pienso que tal vez a alguien más pudiesen resultar curiosas las reflexiones que le expuse, permítaseme que me anime, por si acaso, a reproducirlas aquí con brevedad.

El primer punto giraba, como digo, sobre si Dios existe.

Dejando al margen testimonios humanos como la ‘caída del caballo’ de Saulo de Tarso (luego San Pablo) camino de Damasco; o más recientemente el de André Frossard, que lo narra en “Dios existe: yo me lo encontré” (publicación que leímos hacia 1970, y de la que hasta escribimos una reseña --que no conservo-- en el Diario “YA”, de Madrid); empezaré adhiriéndome al “pienso, luego existo” de Descartes. Porque si ‘me percibo… ¡pensando!’, tengo la incuestionable evidencia de que ¡existo!

Pero… ¿acaso existo ‘por-mí-mismo’? Pues… tan evidente como que ‘existimos’, nos resulta que ‘no’ lo hacemos ‘por-nosotros-mismos’: porque si lo hiciésemos, ello equivaldría a que lo haríamos ¡como nos diese la gana!’, es decir, sin limitación alguna. Y nos resulta evidentísimo que, limitaciones, las tenemos a barullo.

Ahora bien: en esta misma evidencia está ya implícita esta otra: que quien ‘existe-por-sí-mismo’, lo hace ‘sin limitaciones’, es decir, con ‘infinita ¡libertad! y, por tanto, que ¡tampoco! tiene ‘elementos componentes’ (que, en cuanto tales, implican ‘limitaciones’ de algún tipo… que contradirían el que quien ‘existe-por-sí-mismo’ ¡ninguna! ‘limitación’ tiene en su existir).

Lo cual descarta automáticamente que sea El Universo quien exista ‘por-sí-mismo’,… puesto que tiene ‘partes’: componentes. O sea, que el que el que existe-por-sí-mismo’ tiene que ser, a la vez, simplicísimo pero infinito. (De modo que tampoco se trata de ‘la fuerza de la gravedad’ o cosas parecidas, pues que ni son simplicísimas (puesto que son mensurables), ni menos aún infinitas (por ídem)…)

Pues ¿cómo puede ser simplicísimo pero infinito? Quizá una buena representación de ello sea la ‘esfera de-radio-infinito que, expresada en coordenadas ‘homogéneas’ (según se dice en matemáticas, y con la variable impropia ‘t’), tiene por ecuación
x^2 + y^2 + z^2 ± t^2 = 0, (donde x^2 es "x elevado a 2", etc.) cuyas propiedades son muy llamativas e ilustrativas, a saber:

La ecuación se satisface simultánea e indistintamente para los siguientes puntos:

1º/ el centro --como es obvio--, y que casualmente es ‘super-simplicísimo’ (carece de dimensiones x, y, z, t);

2º/ todos los puntos de la superficie de la esfera de-radio-infinito, o esfera formada al hacer rotar en todos sentidos la circunferencia de-radio-infinito expresada por x^2 + y^2 + z^2 = 0 cuando t = 0 (véase, v.gr., Geometría analítica” de Rey Pastor, Santaló, y Balanzat, Ed Kapelusz, Buenos Aires, 1958, pp. 88 y 365-6, y concordantes);

y 3º/ todos los puntos de cualesquiera de las rectas ‘isótropas’ conjugadas (según denominación matemática) que forman el haz (atmósfera) que, pasando por el centro de la esfera de-radio-infinito, la llenan completamente (vid. o.c., ibíd.).

Y, además, con la sorprendente propiedad de que “la distancia entre dos puntos cualesquiera de una recta isótropa es cero (cf. o.c., p. 88).

Es decir: que, en la esfera de-radio-infinito, su centro forma una identidad con toda su superficie esférica y con todo su espacio contenido en ella, de tal modo que todos estos ‘puntos’ se ‘superponen’ inseparablemente porque todas las distancias entre ellos son ‘cero’: todos, entre sí, los antípodas de la superficie, y con todos los de los diámetros que los unen, y --claro está-- con el propio centro.

De modo que nada repugna al razonamiento incluso matemático que el que ‘existe-por-sí-mismo sea, a la vez, simplicísimo (punto central, infragmentable), e infinito (superficie esférica con radio infinito); y que ambos estén ligados inseparable e indistinguiblemente mediante toda la ‘atmósfera’ contenida en esa esfera.

De aquí que la ‘idea’ que podemos tener de ‘Dios’, en cuanto Ser que-existe-por-Sí-mismo’, es el de un ‘acto (voluntario) instantáneo e intemporal (el centro de la esfera), y que lo abarca ‘todo (como superficie esférica de radio infinito), y mediante la ‘complacencia’ infinita (Amor Infinito) que es toda la ‘atmósfera’ (la ‘Existencia: la que ‘existe-por-sí-misma’) contenida en esa esfera.

Por esto podríamos también describir, con suficiente propiedad, que Dios se nos aparece o aparecerá a la existencia humana --una vez que hayamos escapado de la cárcel del espacio-tiempo-- como un punto (centro) luminoso que su luz la irradia (atmósfera, Amor) ‘sin limitación’ alguna (infinitamente), inundándonos para que alcancemos así el verdadero sentido (plenitud) de nuestra existencia (existencia que es una simplemente ‘participada’ desde la que ‘existe-por sí-misma’).

Y más aún: puesto que, como vemos, ha de ser forzosamente ‘existencia-participadatoda la que NO sea simplicísima e infinita a la vez (y que, por cierto, ésta sólo es ‘una’: porque si fuesen ‘dos’ las que tuviesen estas propiedades, serían indiscernibles entre sí, es decir, serían ‘una solo’), nada repugna --sino al contrario-- el que todas ellas siempre reflejen, por activa o por pasiva, lo más característico del existir-por sí-mismo: la libertad ¡infinita!. Por ‘activa: cuando tienen libertad sin condicionantes (seres inmateriales), o cuando la tienen con condicionantes (biológicos, como nos sucede a los humanos); y por ‘pasiva’: cuando ninguna tengan, porque siempre estén sujetos sólo a leyes preestablecidas (los sólo materiales: que carecen de libertad).



Es decir: que porque yo-existo… pero porque lo hago no-por-mí-mismo, evidente es que hay una Existencia-por-Sí-misma, y que es Libertad-Infinita que, siendo entonces nosotros mera existencia-participada desde Ella, reflejaremos mediante esa última y radical opción delibertad-íntima’, de ‘elegir-porque-sí’, de la que disponemos los humanos.

De modo que “Dios existe: . Y (¡por eso mismo!) la libertad humana, también.”

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares

(puede verse también en http://fernando-enebral.blogspot.com)


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Dios existe. Y la libertad humana, también. (Segunda parte: del porqué y cómo)

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Volviendo a la duda inicial que expresó mi interlocutor, la de “si Dios existiese, no pasaría lo que pasa”, trataremos ahora de concretar algunas otras reflexiones.

La primera, claro, es resaltar el contrasentido que esa frase encierra. Porque ¿qué quiere decir, en realidad? ¿Acaso no subyace en ella, agazapada, esta otra --y curiosa-- afirmación, a saber: “Si yo fuese ‘Dios’, lo haría ‘mejor’ que Dios”? Y ¿acaso esta afirmación subconsciente no incurre un pelín en ‘exceso de optimismo’?

Sin embargo, el ‘exceso’ apuntado no desmerece el calado filosófico de la duda planteada.

Porque ¿acaso Dios, por primar el que todas las ‘existencias-participadasreflejen, de algún modo (aunque inequívoco), la Libertad Infinita de Sí-mismo (la del que ‘Existe-por-Sí-mismo’), se arriesgará a que toda su creación acabe ‘fracasando’ por el mal uso que las creaturas hagan del cupo de libertad que les ha sido concedido? La respuesta es NO

Y es no, porque ya hay un refrán español, compendio de la sabiduría popular, y de asombrosa precisión ‘teológica’, que dice: “en el pecado llevan la penitencia”.

¿Por qué es tan acertado este milenario dicho? Pues porque ya apuntamos nosotros hace años, y luego más recientemente ha confirmado la enseñanza Papal, que “el uso obcecadamente errado de la libertad es quien provoca resultados que nos infligen tormento a modo de autocastigo.

Por ejemplo, el ‘infierno’. Pues el infierno no es más que la tortura en que se encierra --él solito-- quien, pretendiendo ‘hacerse como Dios’ al anteponer radicalmente su propio interés al de todo lo demás, se topa con su inexcusable realidad existencial: la de que, por mucho que lo pretenda, no es ‘Dios’ y, por tanto, como no ‘existe-por-sí-mismo, jamás podrá hacer ‘lo que le dé la gana (según vimos que es evidencia inevitable aparejada a nuestra evidencia de que existimos…). Y obcecarse en negar esta evidente realidad, cuando es una realidad ontológica que ‘no hay quien la mueva’, es el mayor tormento al que nuestra estúpida soberbia nos puede condenar.

Y es precisamente por este ‘autocastigo que lleva siempre consigo el rebelarse contra la realidad existencial inapelable de que ‘jamás podremos hacer lo-que-nos dé-la-gana, es por lo que jamás la Creación podrá ‘fracasar: porque si se usa correctamente la libertad, se estará cooperando al ‘éxito’ de aquélla; pero si se usa mal (al negarnos a cooperar por emperrarnos en anteponernos a todo), en el autocastigo que esto intrínsecamente conlleva se está ‘reparando’ ésa nuestra falta ‘voluntaria’ de cooperación, asegurándose así también aquel ‘éxito’…

Todo lo cual, llevado a lo cotidiano y terrenal, nos explica --supongo-- el porqué aunque Dios existe, pasa lo que pasa”: porque los humanos estamos dando la espalda a nuestra exigencia ontológica de cooperación y apoyos mutuos, y nos empeñamos en ‘hacer cada uno la guerra por su cuenta’… Y claro: así pasa lo que pasa. Es el autosuicidio (valga la redundancia) colectivo.

Porque si es evidente que todos necesitamos recibir pues que somos irremediablemente limitados, ¿no nos iría mucho mejor si ‘todos nos adelantamos a ofrecer?

Lo deplorable es que, por la imbécil soberbia, y paranoica ambición, de algunos que, además, son ineptos, nos hayan metido en una recesión mundial con cientos de millones de desempleados.

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares

(puede verse también en http://fernando-enebral.blogspot.com)


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Dios existe. Y la libertad humana, también. (Epílogo: el Tenorio, y los talentos)

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Hay otro refrán español que advierte que “es bueno tener niños a quienes echar la culpa”. Y algo así le sucede también al género humano desde hace cientos de miles de años respecto de ‘los dioses: que le gusta tenerlos para poder echarles la culpa de muchos males…

Es lo mismo que hace el Tenorio de José Zorrilla cuando dice: “Clamé al Cielo y no me oyó; y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el Cielo, y no yo”.

Hay que reconocer que este sofisma de Don Juan, en la misma línea de buscar otros a quienes echar la culpa de lo nuestro, es hábil y hasta podría arrancarnos --a primera vista-- un “¡pues tiene razón!”.

Pero la realidad es que está cometiendo el error (denunciado ya por Aristóteles) de la 'petición de principio’ que vicia cualquier posterior conclusión: el de partir de una premisa (que, en cuanto tal, se da por sentada e irrefutable) que luego resulta ser lo mismo que se quería probar: en nuestro caso, el que es ‘el Cielo’ quien debe estar a nuestro retortero, a nuestras órdenes, a toque de corneta nuestro, y no al revés; cuando es más cierto que querer ser el dictador, el dueño y señor del ‘Cielo’ (como si a la fuerza tuviese siempre que atender cuanto le reclamemos), es tanto como querer uno ‘hacerse como Dios. Y ya sabemos que esto último es una memez pretenderlo, porque es un imposible metafísico.

Lejos de esto, el evangelio de San Mateo (25, 14-30) nos refiere una parábola: la de los talentos (o monedas; para entendernos) que un señor entrega disparmente entre tres de sus empleados: a uno le da solamente uno, a otro le confía dos, y al tercero le presta hasta diez, para que todos ellos les saquen el mayor rendimiento posible…

Y ¿qué sucede? Pues que el que recibió diez, complacido por el montante del encargo, se afana y consigue otros diez; el segundo, aunque ya a regañadientes y renqueando, también logra otros dos; PERO el primero, a quien sólo se le entregó uno, desanimado por la escasez del encargo, optó por guardarlo simplemente y sestear, pensando que por mucho que se esforzase… ¡para lo poco que, aun así, podría conseguir!... ¡lo mismo daba trabajar que no: poco se iba a notar!

Y ¿qué pasó? Pues que fue este último el que se llevó la bronca cuando hubieron de rendir cuentas los tres. Pero ¿por qué, ¡pobrecillo!, si, efectivamente, al dueño le iba a dar igual tener un simple y mísero talento (o moneda) de más, que quedarse como estaba?

Pues --y es interpretación personal que no solemos oír-- porque hay que sacar provecho de lo que se nos da, aunque haya sido muy poco. Porque lo que se nos pide es que, con lo que tengamos, y aunque sea tan escaso que con eso no vayamos a salir de pobres mientras otros, quizá más lerdos y villanos pero con muchos más medios a su alcance, escalan la fama…; con lo que tengamos --repito-- procuremos aportar al acervo común lo más y lo mejor posible de nosotros mismos

Y ¡no por obtener esto o lo otro, o conseguir prebendas o halagos públicos!; sino simple y llanamente porque eso es lo que corresponde a nuestra condición ontológica de ser y formar parte de un todoal que debemos nuestra solidaridad, apoyo y compromiso,… como único medio de ‘encontrarnos con nosotros mismos’ y caminar hacia alcanzar nuestra ‘plenitud existencial’ (imposible de lograr si ‘vamos por libre’, desentendidos y ajenos al conjunto al que, querámoslo o no, pertenecemos como creaturas humanas que somos).

De modo que no se trata de lindezas, sino de encararnos a la cruda realidad: ¿queremos realmente ser humanos? ¿o preferimos seguir siendo bestias de la selva, haciendo cada uno la guerra por su cuenta?

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares

(puede verse también en http://fernando-enebral.blogspot.com)


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viernes, 20 de enero de 2012

In memoriam de Ramón de Rato Figaredo. Un funeral ejemplar.




Ramón de Rato Figaredo
se nos ha ido. Se retiró a descansar un poco después de comer, y ya no despertó. Murió en la soledad de su cuarto, sin alharacas, sin protagonismo. Lo mismo que había elegido para su forma de vida. Lejos de las candilejas. En la penumbra de las bambalinas. Complaciéndose en los aciertos de los demás, y adelantándose con algún breve comentario, algún apunte sutil, algún ligero --apenas perceptible-- consejo, para evitar, en lo posible, algún importuno yerro.

Mente clara. Corazón siempre tierno,… que, al final, acertó a trasportarle muy quedito, en silencio, hasta el descanso eterno. Lo sabemos bien quienes le conocimos, fuimos sus compañeros de tiempos escolares, y compartimos su aprecio. Todo un caballero.

Hemos asistido a su funeral en Madrid. En la capilla (por su condición recoleta) o iglesia (amplia en el espacio y el tiempo) del que fue nuestro colegio, y en la que, por entonces (hace muchas décadas), nos reuníamos puntualmente en la mañana y a diario. Con sacrifico, no hay duda. Pero también con alegría. Alegría íntima. Y con seriedad, mucha seriedad, y respeto. Tal como nos ha hecho revivirlo la misa concelebrada en recuerdo de Ramón de Rato Figaredo.

Con el dolor… de habernos quedado solos: sin él. Somos los vivos quienes nos quedamos muy solos: cada vez más solos. Y esto sí que es una carga, un esfuerzo, un gran sacrificio… por estar, ¡por proseguir!, por caminar en este terrenal destierro,… cuando sabemos que allá, más allá, a la salida del túnel del espacio-tiempo que nos encarcela y retiene, está, en definitiva, la Luz focalizada, la Luz Centrada, el Alfa y el Omega del Amor Infinito… que con su haz radiante alumbra --Existencia por Sí Misma-- toda la existencia, esfera luminosa de radio infinito que nos llama, nos apremia, nos reclama,… para nuestra final y feliz inmersión en su atmósfera eterna de plenitud para nosotros…

Pero también con gozo. Con el gozo de saber que Ramón ya está allí y nos espera. Nos anima a seguir por ahora por aquí,.. pero sin desánimos, sin desfallecer, sin deserciones que no nos están permitidas si queremos cumplir nuestro papel --¡el que sea!: grande o pequeño, lucido o desvaído, transcendible o cotidianamente caduco-- que nos hayan encomendado en este vario pero evanescente gran teatro del mundo

Y con gran recogimiento. Una seriedad, un respeto, una intimidad realmente propia de los verdaderos amigos, de los sinceros compañeros en este peregrinaje terreno, de los familiares y más cercanos allegados, que se reúnen para impetrar su ya perpetua plenitud existencial, e incluso para que nos proteja y sirva de ánimo en el trecho de camino que aún, por delante, tenemos.

En este sentido, el funeral fue un modelo de seriedad: emotivo, recoleto. Igualados todos en el asistir --iguales las personalidades que los humildes subalternos--, todos en silencio, todos abstraídos en el motivo del acto, sin desparrames de vista ni cómplices saludos… Todo un ejemplo.

Incluso en la calle fue también modélico el quehacer de quienes organizaban el fluir y la seguridad del tránsito, vehículos y personas. Sin ruido. Sin aspavientos. Con admirable discreción, paciencia y consenso en todo momento. Incluso los medios de comunicación. Admirable comportamiento.

Así, en fin, lo vimos. Así lo vivimos. Y así lo sentimos. Y así lo narramos. In memoriam de Ramón.

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares


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