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viernes, 28 de junio de 2013

Becas imposibles con profesores imprevisibles






La propuesta del ministro Wert de exigir una nota mínima para obtener alguna beca universitaria nos parecería bien si hubiese paralelas garantías --incluso mediante sanciones para quienes las incumpliesen-- de que los docentes se atendrán a  criterios de evaluación  previamente fijados de modo taxativo, inequívoco y público; suceso que con harta frecuencia no se da en nuestras Universidades, donde cada profesor suele  reservarse un más que amplio margen de discrecionalidad --de la que, además, reúsa  detalles-- a la hora de poner notas a los examinandos.

Ocurre así que las  pruebas de examen  se convierten, casi habitualmente incluso, en auténticos ‘ejercicios de adivinación’ que tiene que superar el alumno para evitar el suspenso --¡no digamos, si aspira a algo más que un aprobado!--; es decir, ‘acertar’ con lo que el profesor  ‘quería decir’  con el enunciado que propone y, más aún, con lo que ‘quiere que  le digan’  ante esos enunciados deliberadamente ambiguos, imprecisos, … y hasta con ‘trampas’ encubiertas…

En estas condiciones, obtener una nota superior al 6,5 puede resultar completamente imposible precisamente para los estudiantes más inteligentes que, por serlo, se resisten a ‘degradarse  a recitar, como magnetófonos, las frases --textuales-- del libro que, además, en ocasiones, responden a visiones parciales, sectoriales, tendenciosas, impropias, insuficientes y hasta francamente erróneas; o a copiar los ‘apuntes de clase’ sobre lo que el profesor haya podido decir sin especial ánimo de rigor intelectual ni  tiempo para acotaciones y matizaciones.

De este modo, es pavorosamente  penoso que  las mejores notas puedan, y hasta suelan, ir a parar a los más mediocres del curso que, por serlo y sabérselo, huyen de ‘complicaciones’ y se refugian en repetir de memoria lo que parece que es más del gusto del maestro. Mediocres que, aupados por tan poco fundados éxitos, llegan luego incluso a cubrir puestos directivos en la comunidad. ¡Dios nos valga! ¡Así anda el mundo!

Por eso, fijarse simplemente en las notas que un estudiante universitario saque, no siempre es índice ni de su inteligencia ni de la suficiencia ni del acierto de los conocimientos por él adquiridos, sino tan sólo, tal vez, del grado de sumisión ciega a los dictados de su profesor, o de la capacidad de adivinación que luzca respecto de lo que más le apetece oír al examinador.

Y en cuanto a que los de peores notas desisten antes de seguir estudiando, ¿no serán también los más inteligentes que, hartos de la estupidez circundante, se marchan? Recordamos un histórico mendigo de la Gran Vía madrileña que lo era después de obtener varios doctorados y, por eso, se automarginó de una sociedad increíble. 

Incluso en asignaturas propias de ciencias exactas, naturales, técnicas o experimentales, el arbitrismo calificador no está ausente, porque tampoco se advierten ni publican por anticipado los criterios de evaluación que
se atenderán: si sólo a la solución exacta de los ejercicios propuestos, o si también a sus planteamientos y razonamientos correctos, u otros aspectos.

Tampoco exámenes tipo ‘test ’ son representativos cuando la pregunta o su lista de respuestas cerradas son deliberadamente confusas, no son excluyentes entre sí, o presentan cualquier tipo de indefinición para introducir así, también aquí, el consabido  ‘ejercicio de adivinación’  que habrá de acertar el alumno.

Innumerables son los nefastos ejemplos de estas arbitrariedades que, con los años, hemos ido conociendo. Quizá uno muy típico y sonado fue el del estudiante que, ateniéndose a que se le dijo que se apreciarían la capacidad de comprensión, de exposición, de análisis comparativo y pluridisciplinar, y de rigor lógico y sistemático, redactó su examen alejado del  ‘corta/pega’  tan al uso hoy día; pero el examinador, en vez de premiárselo conforme los criterios de evaluación anunciados, se lo castigó con un  suspenso  porque --le dijo-- “...es que... como nadie lo hecho como usted…” (Es decir: que habría que suspender en la Universidad a todos los  Premios Nobel  por su grave error de  ser irrepetibles). Aunque, en honor a la verdad, el incidente se solventó luego feliz y amablemente.

Otro caso reseñable fue el de un profesor interino de Meteorología que, a un alumno (de una Escuela Técnica Superior) que sabía, al parecer, más que él, le calificó con --eso sí-- la nota máxima del curso: ¡un 6,7!

Por consiguiente, Sr. Wert, cuando usted garantice que las notas que se ponen en las Universidades responden  realmente al  ‘mérito y capacidad’  de los alumnos, entonces podrá usted proponer algún valor de corte aceptable para las becas; pero si,  por el contrario, ese  ‘mérito y capacidad’  brilla tanto por su ausencia a la hora de evaluar a los universitarios… mejor será que  el corte  se lo proponga  a los diputados, que con abundancia actúa como burdos cipayos (secuaces a sueldo) de sus jefezuelos hábilmente  'instalados'.

Javier de Fernando sr