El juez Castro logra reinar por un día con su confundir el delito fiscal con el de estafa y con su olvidar la obligada congruencia que rige toda judicatura y que prohíbe tajantemente en el Derecho Penal las alegres y extensivas analogías como que Hacienda somos todos
Vaya por delante --para evitar malentendidos-- que lo que sigue se expresa en ‘el
derecho’, y también en ‘el deber’ --de ejercicio profesional--, de ‘informar’ de hechos que, por ser públicos y de general interés, están lícitamente sujetos a crítica; y de ‘criticar’ incluso acerbamente, con ánimo de ‘corregir’ desvaríos
presentes y futuros; y de ‘consejo’, al apuntar los yerros que
convendría evitar ahora y siempre; y
de cita y ‘narración’ de lo que es ya del
dominio general; y de ‘jocosa’ caricatura con el propósito
didáctico de captar atención para que cale y
cunda lo expuesto; e incluso de justa ‘defensa’
de terceros insistente e impropiamente
denigrados. Siendo, en efecto, doctrina pacífica que las decisiones judiciales pueden y aun deben
ser discrepadas cuando haya razones y circunstancias
que lo propicien.
Y todo esto es lo que
nos sugiere el caso llamativo de un juez isleño que se ha topado con la sin
igual oportunidad de ser
‘reina por un día’: conforme
rezaba el título de aquel pretérito
programa de la televisión española, remedado en otras muchas y en tiempos
diversos, que pasaba por lograr hacer realidad los ‘sueños’
de personas o personillas cuya existencia, hasta la fecha, no había sido
precisamente muy halagüeña… (Adjuntamos alguna
imagen que nos recuerde aquello).
Como le ha sucedido
--parece-- al magistrado (no
procedente ‘de carrera’, por cierto)
que, de la noche a la mañana, y por caprichos del azar, se ha visto bajo los focos y ante esas ‘candilejas’
que inmortalizó Chaplin en
legendaria película…
Y así, deslumbrado por tal focalización, se nos antoja que el juez Castro ha ido durante años hilvanando una ‘instrucción’ del
llamado ‘caso Nóos’ con más inspiración en
la prensa amarilla (sensacionalista) que en la ciencia jurídica sensu stricto.
Así, por ejemplo,
siempre nos ha pasmado el sorprendente
e inesperado acogimiento que ha venido haciendo de, verbigracia, intromisiones en la intimidad de las personas mediante la publicidad dada a correos privados que
maliciosamente presentaba, en lo que podríamos llegar a llamar --para
entendernos-- ‘fraude procesal’, el aparente principal culpable y muñidor de todos y cada uno de los
detalles de ‘la trama’, en demasiado
obvio intento de obnubilar la --por otra parte-- ya de por sí --parecía-- poco
aclarada mente del instructor…
Porque hasta para
el más abstruso cateto (cuando no hipotenusa; ja,ja) que imaginarse uno
pueda, sería cristalino que un jugador
de balonmano, por mucho infantazgo que alcanzase, iba a ser ‘blanda cera y dulce
miel’ (por recordar versos de Gabriel
y Galán) en las manos de cualquier embaucador que, en cuanto
tal, debería ser tenido por el único y
universal auténtico culpable de
cualesquiera ‘trama’. El atleta así seducido debería tomarse
por la primera y principal ‘víctima’ del embaucador, en vez de por
su socio creativo…
Y tan obvio aparece esto, que ni aun a magistrado hambriento
de focalidad debería habérsele despintado esta apreciación.
¡No digamos cómo habría de haberse aplicado razonamiento equivalente a la esposa
que, por su rango, está entonces especialmente ‘mediatizada’ en el sentido de ¡en nada! intervenir: pues que
cualquier intervención suya, por infinitesimal que fuese, podría
ser interpretada por los demás como una impertinente injerencia en el entorno… De modo
tal que todo
infantazgo, por el mero hecho de serlo, impele a la abstención y desentendimiento más rotundo y drástico de todo lo que no es de su exclusiva y más inmediata
incumbencia; siendo,
pues, especialmente ridículo --incluso en un niño algo ‘espabilado’
como para percibir intuitivamente las
realidades psicológicas (sin necesidad de ser eminencia alguna en
psicología)-- ver
culpa en persona que por su
alcurnia justamente con desentenderse radicalmente
está sólo demostrando extremada prudencia y
respeto hacia su entorno más próximo.
Ni siquiera se nos alcanza que por ser ‘reina por un día’ alguien pueda ignorar esta apabullante realidad.
Negarla sólo vendría a demostrar
obcecación rayana en obsesión un punto demencial; además, claro está, de la más
supina ignorancia de la psique humana
(ignorancia nada recomendable en cualquier magistratura que, siquiera fuese por
encomiable pundonor, debería tomarse la molestia de cursar alguna clasecilla
sobre la materia). Un juez nunca puede ser un mero autómata descerebrado de
carrillón, hambriento de repartir los clásicos estacazos de guiñol; sino un humano regido por impartir la Justicia (con mayúscula) que se nutre de
la ley tanto como de su
ecuánime epiqueya.
Pero todo lo hasta aquí dicho es apenas
¡nada…! comparado con los dos deslices más sonados que el juez Castro padece con --a nuestro buen saber y entender;
que no excluye posible aunque poco probable error-- ingenua --diríamos casi que infantil-- inconsciencia: confundir drásticamente
el delito fiscal
con el de estafa; y olvidar que un juez
nunca puede traspasar los lindes de la exigida ‘congruencia’, es decir, siempre y sólo ha de atenerse a lo
que demande el Ministerio Fiscal o el legítimo ‘ofendido’, y no lo que al propio juzgador se le pueda ir
ocurriendo…
Porque el argumento de que ‘Hacienda somos
todos’, para deducir
inmediatamente que
defraudar al fisco es estafar al primer y cualquier
currito que por delante nos pase… es, como decimos, no ser capaz de discernir entre dos delitos perfectamente tipificados
en el Código Penal como muy diferentes,
y cuyas
distintas y más que distantes víctimas son quienes tienen que recabar --cada
cual en su exclusivo terreno de ‘ofendidos’--
la corrección
penal oportuna.
La estafa requiere la querella del propio estafado, y no del
transeúnte que ‘pasaba por allí…’;
del mismo modo que la Hacienda Pública
ha de ser quien diga si ha sido defraudada o no.
Pero ni la Hacienda tiene vela en el entierro de una
comunidad de propietarios --pongamos-- que es engañada por su administrador
embarcándola en gastos rotundamente indebidos (estafa); ni esa tal comunidad podría
erigirse en Hacienda Pública y liarse a ‘recaudar’
los tributos que le venga en gana, a quien le venga en gana, y como le venga en
gana.
Por eso, la nominada
como ‘doctrina Botín’ que
simplemente el Tribunal Supremo reconoció
existir como inevitable consecuencia de los principios
generales del Derecho en el ámbito Penal --donde no cabe
ni por asomo la ‘analogía’,
pues que la restricción de libertades (sensu
lato) a los ciudadanos sólo puede ser impuesta por motivos rígidamente tasados (en respeto a la imprescindible ‘seguridad jurídica’)--, no es una mera ‘opinión’
que para hacer fe ha de repetirse (y adquirir así valor de jurisprudencia que acatar),
sino que es necesidad
jurídica por sí misma: si
el supuesto ofendido (el fisco) declara no serlo, la congruencia en la judicatura exige atenerse a esta
declaración, sin posibilidad alguna de transgredirla.
Hacerse el ignorante
de este realidad jurídica un juez, que para serlo ha tenido la estricta
obligación de aprenderla, raya notoriamente
--a nuestro entender-- en la
prevaricación más que en lo meramente opinable. De tal modo que más propio, quizá, habría sido que el
auto del Sr. Castro no hubiese merecido un ‘recurso’ sino una querella: por confundir lo inconfundible, y olvidar lo
inolvidable. Querella que, además, recogería así, por cierto, y de algún modo, el velado reto que lanzó el citado
señor ante el informe del Fiscal: el cual, por prudencia, no fue quien habló de
prevaricación, sino que el propio juez fue quien la mencionó. (Y ya se sabe que “el
que se pica, ajos come”).
En cuanto que “Hacienda somos todos” es una broma que, de aducirse en serio,
frisaría el “fraude procesal” por la rotunda falsedad demagógica que encierra.
Para que el eslogan comenzase a ser
algo cierto, primero la Agencia Tributaria tendría que dejar de ser Organismo Autónomo
‘comisionista’ con el 5% de lo
que ‘dice’ que ‘va’ a recaudar, y que la
convierte --por evidente ‘comodidad’--
en especialmente
‘opresora’ de los humildes
mientras con los potentados ‘compadrea’
a todo los niveles. No es ‘Hacienda’
el carpintero
que paga a
ella ¡por haber trabajado!, mientras el diputado cobra de ella ¡por haber
embaucado! con habilidad electoral…
En fin: para terminar, elevamos nuestra esperanza que no nos vaya a aplicar alguien a nosotros
--por haber dicho lo aquí dicho-- la misma vara de medir que aplican los yihadistas a quienes les critican o
ironizan su radicalismo (que se lían a tiros --como en París--
hasta con los simples bromistas)…, y algún juez nos vaya a imputar por algo que
tampoco
hemos hecho…
Esperemos que siempre reine la
cordura, en vez del… ‘reinar por un día’…
Prof. Dr. Fernando Enebral Casares