Dios existe. Y la libertad humana, también. (Primera parte: de quién y cómo es Dios)
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El otro día hablé casualmente con un antiguo alumno. Salió el tema de ‘la que está cayendo’. Y al hilo de ello me digo lo típico: “No comprendo cómo, si existe Dios, permite que pase lo que pasa”.
Dejando, por el momento, de lado el contrasentido intrínseco de ésa su ‘incomprensión’ --contrasentido que podemos condensar en: “O sea: que si tú fueses Dios, ¡lo harías mejor que Dios! (pues ¡qué bien!)”--, nuestra conversación fue, por ambas partes, la propia de ‘entre amigos’. Con cordial sinceridad. Con exquisita objetividad conforme corresponde al razonamiento universitario. Sin prejuicios ni dogmatismo alguno.
Y como pienso que tal vez a alguien más pudiesen resultar curiosas las reflexiones que le expuse, permítaseme que me anime, por si acaso, a reproducirlas aquí con brevedad.
El primer punto giraba, como digo, sobre si Dios existe.
Dejando al margen testimonios humanos como la ‘caída del caballo’ de Saulo de Tarso (luego San Pablo) camino de Damasco; o más recientemente el de André Frossard, que lo narra en “Dios existe: yo me lo encontré” (publicación que leímos hacia 1970, y de la que hasta escribimos una reseña --que no conservo-- en el Diario “YA”, de Madrid); empezaré adhiriéndome al “pienso, luego existo” de Descartes. Porque si ‘me percibo… ¡pensando!’, tengo la incuestionable evidencia de que ¡existo!…
Pero… ¿acaso existo ‘por-mí-mismo’? Pues… tan evidente como que ‘existimos’, nos resulta que ‘no’ lo hacemos ‘por-nosotros-mismos’: porque si lo hiciésemos, ello equivaldría a que lo haríamos ‘¡como nos diese la gana!’, es decir, sin limitación alguna. Y nos resulta evidentísimo que, limitaciones, las tenemos a barullo.
Ahora bien: en esta misma evidencia está ya implícita esta otra: que quien ‘existe-por-sí-mismo’, lo hace ‘sin limitaciones’, es decir, con ‘infinita ¡libertad!’ y, por tanto, que ¡tampoco! tiene ‘elementos componentes’ (que, en cuanto tales, implican ‘limitaciones’ de algún tipo… que contradirían el que quien ‘existe-por-sí-mismo’ ¡ninguna! ‘limitación’ tiene en su existir).
Lo cual descarta automáticamente que sea El Universo quien exista ‘por-sí-mismo’,… puesto que tiene ‘partes’: componentes. O sea, que el que el que ‘existe-por-sí-mismo’ tiene que ser, a la vez, simplicísimo pero infinito. (De modo que tampoco se trata de ‘la fuerza de la gravedad’ o cosas parecidas, pues que ni son simplicísimas (puesto que son mensurables), ni menos aún infinitas (por ídem)…)
Pues ¿cómo puede ser simplicísimo pero infinito? Quizá una buena representación de ello sea la ‘esfera de-radio-infinito’ que, expresada en coordenadas ‘homogéneas’ (según se dice en matemáticas, y con la variable impropia ‘t’), tiene por ecuación
x^2 + y^2 + z^2 ± t^2 = 0, (donde x^2 es "x elevado a 2", etc.) cuyas propiedades son muy llamativas e ilustrativas, a saber:
La ecuación se satisface simultánea e indistintamente para los siguientes puntos:
1º/ el centro --como es obvio--, y que casualmente es ‘super-simplicísimo’ (carece de dimensiones x, y, z, t);
2º/ todos los puntos de la superficie de la esfera de-radio-infinito, o esfera formada al hacer rotar en todos sentidos la circunferencia de-radio-infinito expresada por x^2 + y^2 + z^2 = 0 cuando t = 0 (véase, v.gr., “Geometría analítica” de Rey Pastor, Santaló, y Balanzat, Ed Kapelusz, Buenos Aires, 1958, pp. 88 y 365-6, y concordantes);
y 3º/ todos los puntos de cualesquiera de las rectas ‘isótropas’ conjugadas (según denominación matemática) que forman el haz (atmósfera) que, pasando por el centro de la esfera de-radio-infinito, la llenan completamente (vid. o.c., ibíd.).
Y, además, con la sorprendente propiedad de que “la distancia entre dos puntos cualesquiera de una recta isótropa es cero” (cf. o.c., p. 88).
Es decir: que, en la esfera de-radio-infinito, su centro forma una identidad con toda su superficie esférica y con todo su espacio contenido en ella, de tal modo que todos estos ‘puntos’ se ‘superponen’ inseparablemente porque todas las distancias entre ellos son ‘cero’: todos, entre sí, los antípodas de la superficie, y con todos los de los diámetros que los unen, y --claro está-- con el propio centro.
De modo que nada repugna al razonamiento incluso matemático que el que ‘existe-por-sí-mismo’ sea, a la vez, simplicísimo (punto central, infragmentable), e infinito (superficie esférica con radio infinito); y que ambos estén ligados inseparable e indistinguiblemente mediante toda la ‘atmósfera’ contenida en esa esfera.
De aquí que la ‘idea’ que podemos tener de ‘Dios’, en cuanto ‘Ser que-existe-por-Sí-mismo’, es el de un ‘acto’ (voluntario) instantáneo e intemporal (el centro de la esfera), y que lo abarca ‘todo’ (como superficie esférica de radio infinito), y mediante la ‘complacencia’ infinita (Amor Infinito) que es toda la ‘atmósfera’ (la ‘Existencia’: la que ‘existe-por-sí-misma’) contenida en esa esfera.
Por esto podríamos también describir, con suficiente propiedad, que Dios se nos aparece o aparecerá a la existencia humana --una vez que hayamos escapado de la cárcel del espacio-tiempo-- como un punto (centro) luminoso que su luz la irradia (atmósfera, Amor) ‘sin limitación’ alguna (infinitamente), inundándonos para que alcancemos así el verdadero sentido (plenitud) de nuestra existencia (existencia que es una simplemente ‘participada’ desde la que ‘existe-por sí-misma’).
Y más aún: puesto que, como vemos, ha de ser forzosamente ‘existencia-participada’ toda la que NO sea simplicísima e infinita a la vez (y que, por cierto, ésta sólo es ‘una’: porque si fuesen ‘dos’ las que tuviesen estas propiedades, serían indiscernibles entre sí, es decir, serían ‘una solo’), nada repugna --sino al contrario-- el que todas ellas siempre reflejen, por activa o por pasiva, lo más característico del existir-por sí-mismo: la libertad ¡infinita!. Por ‘activa’: cuando tienen libertad sin condicionantes (seres inmateriales), o cuando la tienen con condicionantes (biológicos, como nos sucede a los humanos); y por ‘pasiva’: cuando ninguna tengan, porque siempre estén sujetos sólo a leyes preestablecidas (los sólo materiales: que carecen de libertad).
Es decir: que porque yo-existo… pero porque lo hago no-por-mí-mismo, evidente es que hay una Existencia-por-Sí-misma, y que es Libertad-Infinita que, siendo entonces nosotros mera existencia-participada desde Ella, reflejaremos mediante esa última y radical opción de ‘libertad-íntima’, de ‘elegir-porque-sí’, de la que disponemos los humanos.
De modo que “Dios existe: sí. Y (¡por eso mismo!) la libertad humana, también.”
Prof. Dr. Fernando Enebral Casares
(puede verse también en http://fernando-enebral.blogspot.com)