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viernes, 8 de marzo de 2019

Cómo detectar aura de santidad en alguien





Algunos de mis antiguos alumnos universitarios han venido a coincidir sorprendentemente a lo largo de los años en plantearnos tres curiosas preguntas. Fueron éstas:

1ª/ ¿Cree realmente usted que existe Dios?
2ª/ ¿Cree usted que realmente existen extraterrestres?
3ª/ ¿Hay algún modo de detectar ‘aura de santidad’ en alguien?

De las tres, en esta ocasión vamos a dedicarnos a la tercera; dejando para más adelante nuestras respuestas a las otras dos.

En este ánimo, hemos de empezar, sin duda, aclarando qué  llamaremos aquí SANTIDAD. Porque confesamos que algo nos agobia dar a ese término un significado solamente referido a la virtud propia de quien se atiene a hacer heroicamente ‘el bien’, procurando al tiempo de no caer en errores o defectos manifiestos. Aunque NO excluyamos esto; pero sin tomarlo como premisa, sino --más bien-- traerlo al final como corolario.

En este orden, con el término ‘santidad’ NO estaremos refiriéndonos a la nominación que pueda hacer de alguien alguna ’religión’ concreta; sino que nos remitiremos a la notoria  concordancia que pueda establecerse, y percibirse, entre el comportamiento de una persona y la consideración  y consecuencias puramente filosóficas que ella misma haga de que:
      -- ella existe;
      -- no existe por-sí-misma (pues ES evidente que NO lo hace como LE DA la gana)
      -- [ pues si lo hiciese como le da la gana (o sea, dependiendo sólode-sí-misma’: de SU capricho), sería infinita, y por tanto inmutable, y por tanto intemporal, y por tanto única, y por tanto infinitamente autocomplacida consigo misma: es decir, sería DIOS, origen eterno e instantáneo (por inmutable) de toda otra existencia imaginable: primer eslabón INEVITABLE de toda existencia posible; cosa que EVIDENTEMENTE aquélla NO es-- ]; y que,
      -- por tanto, aquélla ha de existir INEXORABLEMENTE compartiendo ése ESTAR EN el Universo.

Es una EXIGENCIA ontológica UNIVERSAL.

En consecuencia insistiremos que, con el término ‘santidad’, vamos a estarnos refiriendo aquí a una forma, modo o condición de existir atribuible y sólo perceptible, reconocible, en razón o medida de la concordancia entre su comportamiento y su condición ontológica que como humano le cuadra: es decir, de en cuánto se ajusta una persona a lo que se espera de ella en función del lugar y cometidos que le correspondan a tenor de sus propiedades e intransferibles aptitudes de ‘ser’, de ‘existir’, pero… ¡dentro del Universo!.

No tratamos pues, aquí, al hablar de ‘santidad’, de calificativo alguno que nos remita al ámbito de ‘la moral: es decir, a virtud o mérito recompensable, o a su contraria (maldad o demérito reprochable).

Estamos en el solo ámbito --repetiremos-- de la filosofía: de la esencia, las características definitorias, la naturaleza de cada ‘ser’… que le identifica como el individuo que ‘es’ y le distingue de lo que ‘no-es’.   Y en este ámbito simplemente intelectual es en el que intentaremos desenvolvernos.

Así, parece obvio que la primera exigencia ‘existencial’ que se le presenta a todo ‘ser’, entidad o persona, es aceptar lo que es, y cómo es; asumir, pues, de corazón y afanarse en rendir utilidades con lo que es; y hasta desprenderse de egoísmos o todos otros egocentrismos estúpidos a la luz del infinitesimal infinitésimo quees, dentro del conjunto de Universo que comparte con otra infinitud de otros seres.

O lo que es lo mismo: procurar y esforzarse cada vez en ser más y más consecuente con su condición y naturaleza ontológica. (Por ejemplo --para que se nos entienda--, no querer ser, a un tiempo --¡imposible compaginación!--, una bestia de la más salvaje selva, junto con ser una persona de lo más racional y solidaria…).

Y ya que, como especie humana, somos capaces y hasta llamados estamos íntimamente a disfrutar con el poder reflexionar --dejando de ser insensatos autómatas-- y con el ser capaces de acogernos los unos a los otros para así, entre todos, ampliar las posibilidades de cada uno,… ¿por qué degradarnos y estarnos torturando con volvernos meros depredadores de los unos con los otros?

Bajo esta perspectiva y contexto, podremos afirmar que la ‘santidad’ de una persona podrá claramente percibirse en la medida que su comportamiento sea permanente y exquisitamente atento, primoroso y esmeradamente delicado, ¡pendiente siempre de…!:
      -- nunca herir, agredir, ofender, despreciar o atropellar a otros;
      -- siempre promover, apoyar, sostener, defender, arropar y facilitar la autoestima de otros;
      -- infatigable paciencia, comprensión, indulgencia, cariño, y VERAZ ilustración para todos;
      -- e incólume renuncia al engaño, estafa, corrupción, avaricia, perversión o saqueo ajeno.

Únase, además, a lo anterior el hacerlo todo sin aspaviento ni alharaca alguna, quedito, sin que apenas pueda notarse por los otros: pasando inadvertida la pulcritud de un tal comportarse...

Éste será quizá probablemente el mejor y más fiable indicio inequívoco de ‘santidad’ de la persona. Porque es un actuar que satisface hasta las más últimas exigencias que pueden extraerse de la realidad ‘existencial’, ontológica, indubitable, de que:
      -- pues que  NO existimos ‘como nos da la gana’,…
      -- … deberemos admitir y ser conscientes de que NO estamos solos en el Universo
      -- [ porque sería muy estúpido --demasiada aberración paranoica-- pensar que solamente existiésemos nosotros y Dios --y que todo lo demás fuese ya mera y sola alucinación química de nuestro cerebro: incluso la comida que tragamos y el aire que respiramos-- ], y que, por ende,
      -- ¡tenemos vecinos! con quienes ¡tenemos que compartir! nuestra existencia;
      -- mediante ¡intercambiar!,  para así ampliar nuestras dramáticas limitaciones,
      -- en vez de disputarnos estúpidamente los infinitésimos de infinitésimos de que dispongamos…

Una santidad pues, que… más que ‘bondad’, será pura y cruda INTELIGENCIA O lo que es lo mismo: sólo los IDIOTAS son ególatras e INSOLIDARIOS.

  Y es aquí, por cierto, donde enlazaríamos esta ‘santidad’ --entendida como lo simplemente ‘inteligente’ de ‘ser consecuentes’ con nuestra irremediable realidad ‘existencial’--, con el también concepto de ‘santidad’ entendido como la virtud (o “comportamiento acertado”) de aquellos a quienes luego se les reconoce el mérito ¡de haberse esforzado! en buscar y practicar tal acierto.

Pero un acierto que ya nos venía exigido --insistimos-- por la propia reflexión meramente ontológica, FILOSÓFICA, de dónde y cómo alcanzaremos nuestra plenitud ‘EXISTENCIAL’ …     

En definitiva: la pista fiable que tendremos para atisbar santidad en alguien  --bien sea porque es consecuente con el razonamiento ontológico de que forma ‘equipo’, ¡inseparable!, con todos los demás; o bien lo sea por el esfuerzo que pone en comportarse como ‘uno más’ de ese ‘equipo global’--, se descubrirá por lo siguiente:

Primero a lo que atender será si ese alguien es ‘consecuente’ con la realidad irrefutable de que él NO existe como le dio la gana. Y que por tanto, excluido el disparate --que ya apuntábamos más arriba-- de pensar que en el Universo sólo existan Dios y él (porque ya no hay evidencias primarias de lo demás y por eso ¡podría! ser sólo alucinaciones…), forzoso será que asuma que está y es nada más que un infinitésimo de infinitésimo en un todo global que no le cabe sino abrazarlo con humildad y el entusiasmo de compartirlo: bien, de manera ESPONTÁNEA e ‘irreprimible’ (como les sucedía a Sta Teresa y a San Juan de la Cruz, v.gr.; o a tantas otras almas simplemente candorosas ‘caídas del Cielo’…); o bien por raciocinio y ESFUERZO… (como Sto Tomás, o los ascetas o mártires...).

Será la única postura posible, para su veraz condición ontológica…: el ser, en el Universo, la pieza ‘que le corresponda ser’, en vez de trocarla a capricho mediante el IMPOSIBLE  de querer procesar la INFINITUD de futuribles que desencadena cada uno de nuestros actos, y querer abarcarlos todos de golpe’ para encontrarnos el óptimo al tiempo que el de todos los demás.

Empeño éste, por IMPOSIBLE, estúpido…; frente a la concordancia lógica de ajustar el propio comportamiento a nuestra realidad ontológica: concordancia que hemos dado aquí en llamar ‘santidad natural, pero que también podríamos nominar más propiamente santidad ecológica porque atiende a ‘coordinarnos’ con la realidad plural.

Es pues, en fin, la ‘santidad ontológica de mantenernos SIEMPRE y SENSATAMENTE ‘en nuestro sitio’: de sabernos, y asumir ser, una pieza más en el enorme tablero de ajedrez… de la infinitud de futuribles que se dan en el Universo; y querer, entonces, cooperar PLENAMENTE con ese infinito CONJUNTO, en el que estamos y del que formamos parte.
       
 Que se traduce, a la vista de todos, en mostrarnos siempre EXQUISITAMENTE ‘pendientes de ‘LOS DEMÁS’.

Y con tan dulce `PRIMOR’ como quien toma entre sus manos la flor más suave, perfumada , delicada y bella que imaginarse uno pueda, y la protege y la mima con la mayor pulcritud y PRIMOR que pensarse podamos…. 

Con exquisita DEDICACIÓN Y CUIDADO… DE PROCURAR SERLES útil SERVIDOR. ¡Por ellos: porque forman parte del mismo Universo en el que nosotros estamos!; y porque ¡por eso! merecen ya todo nuestro esfuerzo y cariño en tratar de defenderlos, sanarlos y perfeccionarlos…
 
Ésta es la ‘pista’ inequívoca de que estemos en presencia de una persona llena de ‘santidad’.  


Dr. Prof. Fernando Enebral Casares