Cómo detectar aura de santidad en alguien
Algunos de mis antiguos alumnos universitarios han venido a
coincidir sorprendentemente a lo largo de los años en plantearnos tres curiosas
preguntas. Fueron éstas:
1ª/ ¿Cree realmente usted que existe Dios?
2ª/ ¿Cree usted que realmente existen
extraterrestres?
3ª/ ¿Hay algún modo
de detectar ‘aura de santidad’ en alguien?
De las tres, en esta ocasión vamos a dedicarnos a la tercera; dejando para más adelante nuestras respuestas
a las otras dos.
En este ánimo, hemos
de empezar, sin duda, aclarando qué llamaremos aquí ‘SANTIDAD’. Porque confesamos que algo nos agobia
dar a ese término un significado solamente
referido a la virtud propia de quien se atiene a hacer heroicamente ‘el bien’,
procurando al tiempo de no caer en errores
o defectos manifiestos. Aunque NO excluyamos esto; pero sin tomarlo como
premisa, sino --más bien-- traerlo al final como corolario.
En este orden, con el
término ‘santidad’ NO estaremos refiriéndonos
a la nominación que pueda hacer de alguien alguna ’religión’ concreta; sino que
nos remitiremos a la notoria concordancia que pueda establecerse,
y percibirse, entre el comportamiento
de una persona y la consideración y consecuencias puramente filosóficas que ella misma haga de que:
-- ella existe;
-- no existe por-sí-misma (pues ES evidente
que NO lo hace como LE DA la gana)
-- [ pues si lo hiciese como le da la
gana (o sea, dependiendo sólo ‘de-sí-misma’: de SU capricho), sería infinita, y por
tanto inmutable, y por tanto intemporal, y por tanto única, y por tanto infinitamente
autocomplacida consigo misma:
es decir, sería DIOS, origen
eterno e instantáneo (por
inmutable) de toda
otra existencia imaginable: primer eslabón INEVITABLE de
toda existencia posible; cosa que EVIDENTEMENTE aquélla NO es-- ]; y que,
-- por tanto, aquélla ha de existir INEXORABLEMENTE ‘compartiendo’ ése ESTAR
EN el Universo.
Es una EXIGENCIA ontológica
UNIVERSAL.
En consecuencia
insistiremos que, con el término ‘santidad’, vamos a estarnos refiriendo aquí a una forma,
modo o condición de existir
atribuible y sólo perceptible, reconocible, en razón o medida de la concordancia entre su
comportamiento y su condición ontológica que
como humano le cuadra: es
decir, de en cuánto se ajusta una persona a lo que se espera de ella en función del lugar y cometidos que le
correspondan a tenor de sus propiedades e intransferibles aptitudes de ‘ser’, de ‘existir’, pero… ¡dentro del Universo!.
No tratamos
pues, aquí, al hablar de ‘santidad’, de calificativo alguno que nos remita al ámbito de ‘la moral’: es decir, a virtud o mérito recompensable, o a su contraria (maldad o demérito reprochable).
Estamos en el solo
ámbito --repetiremos-- de la filosofía: de la
esencia, las
características definitorias, la naturaleza de cada ‘ser’…
que le identifica como el individuo que ‘es’ y
le distingue de lo que ‘no-es’. Y en este ámbito simplemente intelectual es en el que
intentaremos desenvolvernos.
Así, parece obvio que
la primera exigencia ‘existencial’ que se le presenta a todo ‘ser’, entidad o persona, es
aceptar lo que es, y cómo es; asumir, pues, de corazón y afanarse en rendir utilidades
con lo que es; y hasta desprenderse de egoísmos o todos otros egocentrismos estúpidos a la luz del
infinitesimal infinitésimo que ‘es’, dentro
del conjunto de Universo que comparte con otra infinitud de otros seres.
O lo que es lo mismo:
procurar y esforzarse cada vez en ser más y más
‘consecuente’ con su condición y naturaleza ontológica. (Por ejemplo --para
que se nos entienda--, no querer ser, a
un tiempo --¡imposible compaginación!--,
una bestia de la más salvaje selva, junto con ser una persona de lo más racional y solidaria…).
Y ya que, como especie humana,
somos capaces y hasta llamados estamos íntimamente a disfrutar con el poder reflexionar --dejando de ser insensatos
autómatas-- y con el ser capaces de acogernos los unos a los
otros para así, entre todos, ampliar las posibilidades de cada uno,… ¿por qué degradarnos y estarnos torturando con volvernos meros depredadores de los
unos con los otros?
Bajo esta perspectiva
y contexto, podremos afirmar que la ‘santidad’
de una persona podrá claramente percibirse en la medida que
su comportamiento sea permanente y exquisitamente
atento,
primoroso y esmeradamente delicado, ¡pendiente
siempre de…!:
-- nunca herir,
agredir, ofender, despreciar o atropellar a
otros;
-- siempre promover,
apoyar, sostener, defender, arropar
y facilitar la autoestima de otros;
-- infatigable paciencia,
comprensión, indulgencia,
cariño, y VERAZ
ilustración para todos;
-- e incólume
renuncia al engaño, estafa,
corrupción, avaricia, perversión o saqueo ajeno.
Únase, además, a lo
anterior el hacerlo todo sin aspaviento ni alharaca alguna, quedito, sin que apenas pueda notarse por los otros:
pasando inadvertida la pulcritud de un tal comportarse...
Éste será quizá probablemente el mejor y más fiable
indicio inequívoco de ‘santidad’ de la
persona. Porque es un actuar que satisface hasta las más últimas exigencias que pueden extraerse de la realidad
‘existencial’, ontológica,
indubitable, de
que:
-- pues que NO existimos
‘como nos da la gana’,…
-- … deberemos
admitir y ser conscientes de que NO estamos
solos en el Universo…
-- [ porque sería muy estúpido
--demasiada aberración paranoica-- pensar que solamente existiésemos nosotros y Dios --y que todo lo demás
fuese ya mera y sola alucinación química de nuestro cerebro: incluso la comida que
tragamos y el aire que respiramos-- ], y que, por
ende,
-- ¡tenemos
vecinos! con quienes ¡tenemos que compartir! nuestra existencia;
-- mediante
¡intercambiar!,
para así ampliar
nuestras dramáticas limitaciones,
-- en vez de disputarnos estúpidamente los
infinitésimos de infinitésimos de que
dispongamos…
Una ‘santidad’ pues, que… más que ‘bondad’, será pura y cruda INTELIGENCIA…
O lo que es lo mismo: sólo
los IDIOTAS son ególatras e INSOLIDARIOS.
… Y es aquí, por
cierto, donde enlazaríamos esta ‘santidad’
--entendida como lo simplemente ‘inteligente’
de ‘ser consecuentes’ con nuestra irremediable realidad ‘existencial’--, con
el también concepto de ‘santidad’ entendido como la ‘virtud’
(o “comportamiento acertado”) de aquellos a
quienes luego se les reconoce el ‘mérito’ ¡de
haberse esforzado! en buscar y practicar
tal acierto.
Pero un acierto que ya nos
venía exigido
--insistimos-- por la propia reflexión meramente ontológica,
FILOSÓFICA, de dónde y cómo alcanzaremos
nuestra plenitud ‘EXISTENCIAL’ …
En definitiva: la pista
fiable que tendremos para
atisbar ‘santidad’ en alguien --bien sea
porque es consecuente
con el razonamiento ontológico de que
forma ‘equipo’, ¡inseparable!, con
todos los demás; o bien lo sea por el esfuerzo que pone en comportarse como ‘uno más’ de ese ‘equipo global’--, se descubrirá por lo siguiente:
Primero
a lo que atender será si ese
alguien es ‘consecuente’ con la realidad irrefutable de que él NO existe como le dio
la gana. Y que por tanto, excluido el
disparate --que ya apuntábamos más arriba-- de pensar que en el Universo sólo
existan Dios y él (porque ya no hay evidencias primarias
de lo demás y por eso ¡podría! ser
sólo alucinaciones…), forzoso será que asuma que está
y es nada más que un infinitésimo de infinitésimo en un todo global que no le cabe sino abrazarlo con humildad y el
entusiasmo de compartirlo: bien, de manera
ESPONTÁNEA e ‘irreprimible’ (como les sucedía a Sta Teresa y a San Juan de la
Cruz, v.gr.; o a tantas otras almas simplemente candorosas ‘caídas del Cielo’…); o bien por raciocinio y ESFUERZO… (como Sto
Tomás, o los ascetas o mártires...).
Será la única postura posible, para
su veraz condición ontológica…: el
ser, en el Universo, la
pieza ‘que le corresponda ser’,
en vez de
trocarla a capricho mediante el IMPOSIBLE
de querer procesar la INFINITUD de futuribles que desencadena cada uno
de nuestros actos, y querer abarcarlos ‘todos de
golpe’ para encontrarnos el óptimo al tiempo que el de todos los
demás.
Empeño éste, por IMPOSIBLE, estúpido…; frente a
la concordancia lógica de ajustar el propio comportamiento a nuestra realidad
ontológica: concordancia que hemos dado
aquí en llamar ‘santidad natural’,
pero que también
podríamos nominar más propiamente ‘santidad ecológica’ porque atiende
a ‘coordinarnos’ con la realidad
plural.
Es pues, en fin, la ‘santidad ontológica’ de mantenernos SIEMPRE y SENSATAMENTE ‘en nuestro sitio’:
de sabernos, y asumir ser, una pieza más en
el enorme tablero de ajedrez… de la infinitud de
futuribles que se dan en el Universo; y querer, entonces, cooperar PLENAMENTE con ese infinito CONJUNTO, en el que
estamos y del que formamos parte.
Que se traduce, a la vista de todos, en mostrarnos
siempre EXQUISITAMENTE ‘pendientes’ de ‘LOS DEMÁS’.
Y con tan dulce
`PRIMOR’ como quien toma entre sus manos la flor más suave, perfumada ,
delicada y bella que imaginarse uno pueda, y la protege y la mima con la mayor
pulcritud y PRIMOR que pensarse podamos….
Con exquisita DEDICACIÓN Y CUIDADO… DE PROCURAR SERLES útil
SERVIDOR. ¡Por ellos: porque forman
parte del mismo Universo en el que nosotros estamos!; y porque ¡por eso! merecen ya todo nuestro
esfuerzo y cariño en tratar de defenderlos, sanarlos y perfeccionarlos…
Ésta es la ‘pista’
inequívoca de que estemos en presencia de una persona llena de ‘santidad’.
Dr. Prof.
Fernando Enebral Casares