El Estado Autonómico cursa en sentido contrario al Federal por su origen y por su propósito. No son intercambiables como cromos.
En
enloquecida huída
a ninguna parte, el partido socialista,
desde su abrumadora ignorancia jurídica e histórica, filosófica y
hasta del Derecho y de la realidad Internacionales, plantea
retroceder dos siglos y equipar España
a las ‘colonias’ británicas de delincuentes y aventureros que en Norteamérica
acordaron primero confederarse
y después federarse. Sólo que aquí al revés: federarse para terminar confederados.
Tratan así de cumplir,
a lo que parece, su compromiso masónico con dirigentes que ven en
la secesión una oportunidad de lucrarse a
coste de la ruina de sus paisanos
hacendosos, mediante dar mayor cancha a la corrupción.
Respecto
de tamaño disparate, reproducimos un artículo publicado el 25 de mayo de
1996 en el Diario “YA” de Madrid,
y de creciente
actualidad.
Estado federal y Estado autonómico
FERNADO ENEBRAL
CASARES
LICENCIADO EN CIENCIAS
BIOLÓGICAS
Y DOCTOR EN CIENCIAS DE LA INFORMACIÓN
Será
insensato tratar de convertir un modelo autonómico —que
cursa hacia una mayor
integración desde la unidad ya establecida— en uno federal, que
representa una fase
cultural más primitiva; tan absurdo como querer volver
a subir al hombre al árbol del que bajó el australopithecus
millones de años atrás
Manuel Hermoso Rojas, presidente
del Gobierno de Canarias, dictó el otro día una lúcida conferencia en
el Club Siglo XXI, con la que sustancialmente estamos de acuerdo,
excepto por una frase que, además, se está
volviendo moneda corriente de forma insensata. Dijo Hermoso que "Coalición Canaria propugna el
desarrollo del modelo (del Estado)
hasta llegar a un Estado federal". Y lo justificaba
remitiéndose a que, con los Reyes Católicos, España fue como un "reino de reinos".
Sin
embargo, este argumento no es viable. En primer lugar, porque,
en aquella época, se trata de reagrupar, mientras que hoy hace ya cinco siglos
que estamos unidos. En
segundo término, porque el parangón
habría que establecerlo entre la rendición
de Granada y el Tratado de Mastrique (¡Mastrique,
por favor!, y no Maastricht ), que es el que 'reunifica'
Europa. Y, en todo caso, porque las federaciones buscan la fortaleza de
sus miembros a cambio de su renuncia a ciertas prerrogativas, mientras que
ahora se habla de engordarlas en vez de menguarlas. En definitiva, los
federados buscan, con la agrupación, suprimir gastos aun mejorando los
servicios, como aumentar la seguridad a base de una sola Policía y Ejército; o facilitar el comercio con una moneda única; o contar
con Gobierno, Parlamento y Administración comunes para ahorrarse sueldos, y homogenizar
normas y costumbres para entenderse mejor y prosperar; impulsar juntos
la ciencia y la técnica; compartir
aduanas y la misma protección civil y
sanitarias, etc.; evitando así
fragmentaciones y duplicidades. O sea: justito, justito,... lo opuesto a lo que pasa
con las Autonomías. ¿Y quieren éstas todavía convertirse
en 'federados'? ¿Seguro? Porque ¡tendrían que volverse del revés, cual calcetín!
Como
decimos, el federalismo es un movimiento hacia mayor
integración y homogenización, en vez de lo contrario. Para ahorrar gastos ganando en operatividad. Y pagando el coste de renunciar a prerrogativas,
Igualito
que un obrero que pierde independencia al afiliarse
a un sindicato, un profesional a su colegio, o un ciudadano a un partido. Es
ley general que imita la evolución biológica,
que siempre, siempre, tiende a integraciones cada vez mayores, a costa de la propia individualidad,
y en aras de una entidad superior que reporte
ventaja.
Entonces, el 'Estado de las autonomías', ¿a qué viene? ¿Contradice la ley natural hacia la integración progresiva? Pues no. Lo que pasa es que su nacimiento nada tiene que ver con el federalismo, y por eso no tiene sentido compararlos ni —menos aún— tratar de intercambiarlos.
Entonces, el 'Estado de las autonomías', ¿a qué viene? ¿Contradice la ley natural hacia la integración progresiva? Pues no. Lo que pasa es que su nacimiento nada tiene que ver con el federalismo, y por eso no tiene sentido compararlos ni —menos aún— tratar de intercambiarlos.
Para entender el motivo y dirección del autonomismo, baste seguir con el símil biológico y ver que, en el cuerpo, aun cuando cada célula depende de la coordinación con las demás —so pena de volverse cancerosa y mortal para todos—, también va adquiriendo un mayor protagonismo en el funcionamiento del todo, que, a través de sistemas sofisticados, capta la realidad de cada una, la tiene en cuenta, y arbitra lo más adecuado para ella. Algo parecido sucede con las naciones: que, cuando evolucionan, deben ahondar su `democracia' a base de atender más las individualidades o grupos, las peculiaridades zonales o de otro tipo, y prestar más consideración a las exigencias de éstas. Es decir: el autonomismo no surge como un proceso de desmembración, sino justamente como lo contrario: un mecanismo de mayor integración a través de tener más en cuenta a cada elemento y poder, así, enriquecerse más el conjunto y cada uno.
¿Cómo conseguirlo? El camino es respetar las peculiaridades zonales y adaptar, en lo posible, las normas a ellas; incluso dictar otras específicas. Es decir, que, mediante profundización de la democracia, se llega a resultados equivalentes al federalismo, a saber: leyes comunes para todos, leyes que se adaptan en cada territorio, e incluso leyes específicas que, sin contradecir a las generales, propicien mayor rendimiento zonal.
Pero esta convergencia no debe, en manera alguna, confundirnos sobre los diferentes orígenes y hasta propósitos de uno y otro tipo de Estado. Y, desde luego, será insensato —tal como dijimos al principio— tratar de convertir un modelo autonómico —que cursa hacia una forma de mayor integración desde la unidad ya establecida— a uno federal, que representa una fase cultural más primitiva.
Sería un despropósito
tan absurdo como querer volver a subir al hombre al árbol del que bajó el
Australopithecus millones de años atrás.