Trigésimo quinto aniversario de la Restauración
Se cumple el 35º aniversario de la Restauración de la Monarquía en España, tras el paréntesis impuesto por un golpe de Estado revolucionario y otro segundo que pretendía corregir el anterior y prometía restaurar la dinastía monárquica como árbitro cohesivo en las siempre infantiles, cerriles, y nefastas disputas más o menos dogmáticas que se dan en todo sistema parlamentario. Y, como decimos, hace 35 años esta Restauración se cumplió.
No era, pues, momento de que el Mensaje de la Coronación hiciese referencia, aquel 22 de noviembre de 1975, a cualesquiera apriorismos de los que suscitan recelos en quienes, por un motivo u otro (incluso los inconfesables), no los comparten con sosiego. Y así, nos permitimos entonces la pequeña licencia (véase el documento anejo al margen y que ahora desvelamos) de hacerle llegar al aún Príncipe Don Juan Carlos esta humilde opinión nuestra, y que luego hemos sabido que era plenamente coincidente con la de su progenitor, Don Juan de Borbón, Jefe dinástico y sucesor natural del ya fallecido Alfonso XIII.
Sea como fuere, en el Mensaje de la Coronación primó, efectivamente, la decisión de unir y de progresar en la complementación; y ésa fue, en efecto, la línea puntualmente seguida por Adolfo Suárez, Presidente el Gobierno tras dimitir Arias Navarro en vista que sus propuestas (o más bien las de Alfonso Osorio) pecaban de exceso de paternalismo y hasta de alguna inconveniencia. Frente a esto, y como ya se ha recogido con anterioridad en otro lugar de este blog, se prefirió la propuesta de simplemente elegir a Las Cortes mediante sufragio universal (Ley de la Reforma Política aprobada en Referéndum), y que luego fuesen éstas quienes actuasen.
A Adolfo Suárez cuadra, en todo caso, reconocerle un impecable espíritu de servicio, incluso a través del propio sacrificio e inmolación personal (recordemos su posterior renuncia al cargo, en 1981, y que --por cierto-- dio lugar a lo que ha venido en llamarse “el 23-F”), en el cumplimiento de la línea marcada, como decimos, por el Mensaje de la Coronación.
Desde entonces --es decir, desde hace 35 años-- Su Majestad el Rey ha hecho siempre exquisita gala de esta utilísima e insustituible función de arbitraje cohesivo, del que incluso fue ejemplo sobresaliente su actuación en “el 23-F” al ejercer su Jefatura Suprema de las Fuerzas Armadas para restablecer la concordia que obviamente se había puesto en peligro.
Y hacemos votos, sinceramente, por que ningún dogmatismo sectario o radical llegue a tal extremo que, saliéndose violentamente de la convivencia humana, imposibilite al Rey de España seguir impartiendo mesura, sensatez y hasta deportiva cordialidad (¿por qué no?) entre las contiendas políticas que el cotidiano devenir nos depare.
Fernando J Enebral Casares
No era, pues, momento de que el Mensaje de la Coronación hiciese referencia, aquel 22 de noviembre de 1975, a cualesquiera apriorismos de los que suscitan recelos en quienes, por un motivo u otro (incluso los inconfesables), no los comparten con sosiego. Y así, nos permitimos entonces la pequeña licencia (véase el documento anejo al margen y que ahora desvelamos) de hacerle llegar al aún Príncipe Don Juan Carlos esta humilde opinión nuestra, y que luego hemos sabido que era plenamente coincidente con la de su progenitor, Don Juan de Borbón, Jefe dinástico y sucesor natural del ya fallecido Alfonso XIII.
Sea como fuere, en el Mensaje de la Coronación primó, efectivamente, la decisión de unir y de progresar en la complementación; y ésa fue, en efecto, la línea puntualmente seguida por Adolfo Suárez, Presidente el Gobierno tras dimitir Arias Navarro en vista que sus propuestas (o más bien las de Alfonso Osorio) pecaban de exceso de paternalismo y hasta de alguna inconveniencia. Frente a esto, y como ya se ha recogido con anterioridad en otro lugar de este blog, se prefirió la propuesta de simplemente elegir a Las Cortes mediante sufragio universal (Ley de la Reforma Política aprobada en Referéndum), y que luego fuesen éstas quienes actuasen.
A Adolfo Suárez cuadra, en todo caso, reconocerle un impecable espíritu de servicio, incluso a través del propio sacrificio e inmolación personal (recordemos su posterior renuncia al cargo, en 1981, y que --por cierto-- dio lugar a lo que ha venido en llamarse “el 23-F”), en el cumplimiento de la línea marcada, como decimos, por el Mensaje de la Coronación.
Desde entonces --es decir, desde hace 35 años-- Su Majestad el Rey ha hecho siempre exquisita gala de esta utilísima e insustituible función de arbitraje cohesivo, del que incluso fue ejemplo sobresaliente su actuación en “el 23-F” al ejercer su Jefatura Suprema de las Fuerzas Armadas para restablecer la concordia que obviamente se había puesto en peligro.
Y hacemos votos, sinceramente, por que ningún dogmatismo sectario o radical llegue a tal extremo que, saliéndose violentamente de la convivencia humana, imposibilite al Rey de España seguir impartiendo mesura, sensatez y hasta deportiva cordialidad (¿por qué no?) entre las contiendas políticas que el cotidiano devenir nos depare.
Fernando J Enebral Casares
Etiquetas: 23-F, Adolfo Suárez, árbitro, Arias Navarro, cohesión, Coronación, España, Juan Borbón, Monarquía, Reforma Política, Restauración, Rey Juan Carlos, sistema parlamentario, sufragio universal