Remedios a la pobreza en el mundo
Entre los pomposos objetivos fijados para ‘el milenio’, está el remedio de la pobreza en el mundo y el de su devastadora consecuencia: la muerte de casi mil millones de personas por falta de alimentos (véanse los recortes adjuntos de prensa). Pero, por desgracia, no creemos que sean acertadas las acciones que se proponen.
Causas del hambre en el mundo
Porque es indudable que el hambre mundial aparece por la conjunción de dos causas: 1º/ la escasez de producción agraria y de su buen reparto, y 2º/ la superpoblación que padezca cada territorio en relación con los recursos limitados que tenga.
Por tanto, el remedio de la hambruna ha de pasar por dos actuaciones simultáneas: una, el aumento de la producción agropecuaria y su reparto; y otra, la reducción de la natalidad irracional. Pero actuaciones ambas que, desgraciadamente, no interesan a los gobernantes de los países dominantes. De modo que es pura hipocresía que ellos digan querer combatir el hambre y la pobreza en el mundo: es falso que lo quieran.
¿Por qué no lo quieren? Porque su permanencia --repugnante permanencia-- como gobernantes depende, precisamente: 1º/ de que haya escasez de recursos, y 2º/ de que la persona humana esté degradada a la condición puramente animal de aparearse una y otra vez hasta engendrar numerosa prole. Porque la gente, mientras se aparea, no piensa en otras cosas: no piensa en los gobernantes y en cómo gobiernan. Y así éstos pueden eternizarse más fácilmente.
Y ¿por qué quieren también que las gentes tengan escasez de recursos? Porque cuantos menos recursos tengan, menos ocupaciones podrán tener; y cuanto más ociosas estén, más se refugiarán en aparearse una y otra vez, sin ya tener otra meta que el orgasmo mecánico, y dejando asíal gobernante que siga haciendo lo que le venga en gana, y que, salvo demostración en contrario, es el enriquecimiento personal al máximo.
Incluso el afán de ciertos gobernantes --que se ‘dicen’ socialistas por ejemplo; pero que en verdad sólo van ‘a lo suyo’, aunque engañando a la gente por la etiqueta, ¡impropia etiqueta!, que se cuelgan--; el afán, decimos, de promover el disfrute de ‘el sexo por el sexo’ (y olvidando, pues, que la sexualidad humana es lo más íntimo y aun ‘sagrado’ --excelso: el amor abnegado-- de la persona, y que si la dilapidase y mecanizase está renunciando a su humanidad para degradarse hasta mera ‘rata de alcantarilla’ que come, caga y copula), también persigue perpetuarlos en el poder porque… mientras se dan revolcones nadie se acordará de fiscalizarles…
Falsos remedios, nuevas propuestas
En consecuencia, los hipócritas gobernantes de los países más favorecidos practican el siguiente doble juego: uno, limitar la producción de alimentos (en vez de garantizar precios mínimos para su productor); y dos, esclavizar a los pobres mediante chantajearles con ‘limosnas’ en vez de proporcionarles conocimientos y herramientas para usarlos. (Acierta, pues, Obama --véase más arriba el margen-- cuando propugna un desarrollo sostenible en vez de perpetuar la dependencia).
Por esto, las ‘ayudas’ deberían adoptar, en vez de forma de ‘limosnas’, la de entrega del excedente de alimentos que aparezca por haber promovido su producción mediante garantizar ‘precios mínimos’ al ganadero-agricultor. De modo tal, que las ‘subvenciones’ no vayan ‘en bruto’ a los hambrientos para que éstos tengan que ‘comprar’ la comida a esos mismos ‘filántropos’ que supuestamente les ‘ayudaban’ (con lo cual el dinero ‘vuelve’ a los poderosos pero después de haber chantajeado a los míseros amenazándoles con dejarles morir si no les adoran), sino ya convertidos en alimentos, con lo cual serían ahora los agropecuarios de los países productores los que quedarían ‘agradecidos’ a los depauperados porque gracias a éstos tendrán ‘precios mínimos’ garantizados sin temor a la superproducción…
Con ello se consigue, además, estabilizar las poblaciones rurales al asegurarles la satisfacción de sus legítimas aspiraciones sin que tengan que ir a buscarlas al espejismo de los núcleos urbanos donde acaban, con frecuencia, víctimas de más dramáticas formas de esclavitud, como las drogas, las mafias, la violencia… (nuevamente nos remitimos a lo adjunto al margen). Y más aún: con el beneficio global de conservar mejor el entorno natural, dado que los asentamientos rurales dispersan y hacen sus contaminaciones más asumibles por el ambiente, y porque ellos mismos se preocupan más y mejor por conservar su propio hábitat.
En efecto: el apoyo intra e inter-nacional a los sectores productivos primarios mediante garantizarles precios mínimos reporta el beneficio inmediato, nacional e internacional, de estar ‘sujetando’ población rural pero satisfecha (más aún cuando la actual informática permite el trabajo, la diversión, el estudio, la documentación, la participación y la intercomunicación... ‘a distancia’), con las consiguientes ventajas ecológicas (de reducción de grandes núcleos de contaminación ambiental) y sociales (mayor sentimiento de autorrealización y de satisfacción personal; mayor integración social, mejor y más justo reparto de la riqueza o PIB nacional e internacional, y menores costes por desarraigo, enfermedades y delincuencia; entre otras). Ventajas incuestionables que reporta esta política de redistribución de renta mediante subvenciones a los productores básicos, y en detrimento, pues, de circuitos especulativos que desatan crisis catastróficas en cualquier momento.
Pero no: los países desarrollados, frecuentemente gobernados por títeres de la plutocracia masónica, plantean todo lo contrario: limitar la producción agropecuaria (véase v.gr. la Política Agraria de la Unión Europea) para favorecer a minúsculos territorios mediante imponer a los demás ‘cupos’ de producción en lácteos y otros nutrientes, y multas a quienes los excedan…; hasta el punto de convertir los campos en erial donde acaban albergándose sólo medievales ‘puticlubs’…
El porqué de los tributos
Y convendrá recordar, por cierto, que es pura y perfecta idiotez pensar que una política de subvenciones a las actividades productivas necesarias y beneficiosas para el común ciudadano es un atentado contra el libre comercio y otras zarandajas por el estilo. No lo es; y tampoco es keynesianismo ni otras matracas, sino simple y cruda realidad llena de justicia y de lógica: es estricta obligación de quien gobierna y consecuencia intrínseca del concepto mismo de gobierno. Porque gobernar es encauzar, reordenar, redistribuir, promover el beneficio colectivo y desalentar el insolidario, ‘informar’ la actividad ecológica, económica y social de una comunidad, e incluso prohibir las que sean delictivas, es decir, las lesivas de los derechos humanos universalmente adscritos a las personas.
Porque es indudable que el hambre mundial aparece por la conjunción de dos causas: 1º/ la escasez de producción agraria y de su buen reparto, y 2º/ la superpoblación que padezca cada territorio en relación con los recursos limitados que tenga.
Por tanto, el remedio de la hambruna ha de pasar por dos actuaciones simultáneas: una, el aumento de la producción agropecuaria y su reparto; y otra, la reducción de la natalidad irracional. Pero actuaciones ambas que, desgraciadamente, no interesan a los gobernantes de los países dominantes. De modo que es pura hipocresía que ellos digan querer combatir el hambre y la pobreza en el mundo: es falso que lo quieran.
¿Por qué no lo quieren? Porque su permanencia --repugnante permanencia-- como gobernantes depende, precisamente: 1º/ de que haya escasez de recursos, y 2º/ de que la persona humana esté degradada a la condición puramente animal de aparearse una y otra vez hasta engendrar numerosa prole. Porque la gente, mientras se aparea, no piensa en otras cosas: no piensa en los gobernantes y en cómo gobiernan. Y así éstos pueden eternizarse más fácilmente.
Y ¿por qué quieren también que las gentes tengan escasez de recursos? Porque cuantos menos recursos tengan, menos ocupaciones podrán tener; y cuanto más ociosas estén, más se refugiarán en aparearse una y otra vez, sin ya tener otra meta que el orgasmo mecánico, y dejando así
Incluso el afán de ciertos gobernantes --que se ‘dicen’ socialistas por ejemplo; pero que en verdad sólo van ‘a lo suyo’, aunque engañando a la gente por la etiqueta, ¡impropia etiqueta!, que se cuelgan--; el afán, decimos, de promover el disfrute de ‘el sexo por el sexo’ (y olvidando, pues, que la sexualidad humana es lo más íntimo y aun ‘sagrado’ --excelso: el amor abnegado-- de la persona, y que si la dilapidase y mecanizase está renunciando a su humanidad para degradarse hasta mera ‘rata de alcantarilla’ que come, caga y copula), también persigue perpetuarlos en el poder porque… mientras se dan revolcones nadie se acordará de fiscalizarles…
Falsos remedios, nuevas propuestas
En consecuencia, los hipócritas gobernantes de los países más favorecidos practican el siguiente doble juego: uno, limitar la producción de alimentos (en vez de garantizar precios mínimos para su productor); y dos, esclavizar a los pobres mediante chantajearles con ‘limosnas’ en vez de proporcionarles conocimientos y herramientas para usarlos. (Acierta, pues, Obama --véase más arriba el margen-- cuando propugna un desarrollo sostenible en vez de perpetuar la dependencia).
Por esto, las ‘ayudas’ deberían adoptar, en vez de forma de ‘limosnas’, la de entrega del excedente de alimentos que aparezca por haber promovido su producción mediante garantizar ‘precios mínimos’ al ganadero-agricultor. De modo tal, que las ‘subvenciones’ no vayan ‘en bruto’ a los hambrientos para que éstos tengan que ‘comprar’ la comida a esos mismos ‘filántropos’ que supuestamente les ‘ayudaban’ (con lo cual el dinero ‘vuelve’ a los poderosos pero después de haber chantajeado a los míseros amenazándoles con dejarles morir si no les adoran), sino ya convertidos en alimentos, con lo cual serían ahora los agropecuarios de los países productores los que quedarían ‘agradecidos’ a los depauperados porque gracias a éstos tendrán ‘precios mínimos’ garantizados sin temor a la superproducción…
Con ello se consigue, además, estabilizar las poblaciones rurales al asegurarles la satisfacción de sus legítimas aspiraciones sin que tengan que ir a buscarlas al espejismo de los núcleos urbanos donde acaban, con frecuencia, víctimas de más dramáticas formas de esclavitud, como las drogas, las mafias, la violencia… (nuevamente nos remitimos a lo adjunto al margen). Y más aún: con el beneficio global de conservar mejor el entorno natural, dado que los asentamientos rurales dispersan y hacen sus contaminaciones más asumibles por el ambiente, y porque ellos mismos se preocupan más y mejor por conservar su propio hábitat.
En efecto: el apoyo intra e inter-nacional a los sectores productivos primarios mediante garantizarles precios mínimos reporta el beneficio inmediato, nacional e internacional, de estar ‘sujetando’ población rural pero satisfecha (más aún cuando la actual informática permite el trabajo, la diversión, el estudio, la documentación, la participación y la intercomunicación... ‘a distancia’), con las consiguientes ventajas ecológicas (de reducción de grandes núcleos de contaminación ambiental) y sociales (mayor sentimiento de autorrealización y de satisfacción personal; mayor integración social, mejor y más justo reparto de la riqueza o PIB nacional e internacional, y menores costes por desarraigo, enfermedades y delincuencia; entre otras). Ventajas incuestionables que reporta esta política de redistribución de renta mediante subvenciones a los productores básicos, y en detrimento, pues, de circuitos especulativos que desatan crisis catastróficas en cualquier momento.
Pero no: los países desarrollados, frecuentemente gobernados por títeres de la plutocracia masónica, plantean todo lo contrario: limitar la producción agropecuaria (véase v.gr. la Política Agraria de la Unión Europea) para favorecer a minúsculos territorios mediante imponer a los demás ‘cupos’ de producción en lácteos y otros nutrientes, y multas a quienes los excedan…; hasta el punto de convertir los campos en erial donde acaban albergándose sólo medievales ‘puticlubs’…
El porqué de los tributos
Y convendrá recordar, por cierto, que es pura y perfecta idiotez pensar que una política de subvenciones a las actividades productivas necesarias y beneficiosas para el común ciudadano es un atentado contra el libre comercio y otras zarandajas por el estilo. No lo es; y tampoco es keynesianismo ni otras matracas, sino simple y cruda realidad llena de justicia y de lógica: es estricta obligación de quien gobierna y consecuencia intrínseca del concepto mismo de gobierno. Porque gobernar es encauzar, reordenar, redistribuir, promover el beneficio colectivo y desalentar el insolidario, ‘informar’ la actividad ecológica, económica y social de una comunidad, e incluso prohibir las que sean delictivas, es decir, las lesivas de los derechos humanos universalmente adscritos a las personas.
Para esta función de favorecer lo objetivamente ventajoso para todos, y de dificultar lo pernicioso, los gobiernos cuentan con una herramienta específica e impar: el juego de impuestos y desgravaciones; es decir, su política tributaria y que jamás habrá de tener finalidad primariamente recaudatoria, sino --como decimos-- de encauzamiento general de las actividades económicas (de las que se seguirá, sí, un resultado recaudatorio saludable y para ser redistribuido, pero como consecuencia y no como motivación).
Así, los inspectores de Hacienda jamás deberán tener como obsesivo objetivo el recaudar más… (por ejemplo, a costa de los asalariados y los autónomos que siempre son presas fáciles y atemorizables), sino el aplicar con estricta epiqueya el art. 31.1 de la Constitución Española que parece que nadie ha leído y que todos se limpian el trasero con ella… Y ese art. 31.1 dice taxativamente que “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos [pero] de acuerdo con su capacidad económica etc”. De forma tal que, no tratándose esto de un ‘derecho’ ni una ‘libertad’ sino de un ‘deber’ (aunque modulado y restringido a la capacidad económica de cada uno), no le alcanza el art. 10.2, y no puede entonces infringirse so pretexto de impuestos o aranceles que decrete el absurdo diosecillo de la Unión Europea: el IVA, y todos los impuestos indirectos (sobre gasolinas, etc), son inconstitucionales en España.
Porque, efectivamente, los impuestos no son --repetimos-- para sorber ¡como sea! dinero de la gente para costear los disparates que se les ocurran a los gobernantes --por ejemplo, no son para costear, como hace Zapatero, la ‘compra’ de votos en el Parlamento a costa, incluso, de agredir a la Constitución para seguir él así de Presidente--; sino que son para redistribuir el PIB favoreciendo lo conveniente y disuadiendo de lo humanamente impertinente, es decir: impulsando cuanto favorezca los Derechos Humanos universales, y dificultando todo cuanto los dañe.
Por eso yerran quienes --como Zapatero-- cifran la solución de todos los males en acaparar dinero a base de recaudar más con mayores tasas e impuestos, y proponen nuevos tipos tributarios para supuestamente destinarlos a ‘limosnas’ para los menesterosos.
Aparcar el dinero, volver al trueque
Porque tampoco deben ser monetarias las ayudas al desarrollo. El dinero es un perverso instrumento de dominación, con el que se humilla y chantajea a los necesitados, y que se acapara por los tiranos para afianzarse, y que se idolatra desde siempre, y desde su infantil apego a lo terrenal, por los masones y afines.
Pero ¿qué se adelanta con dar dinero a los países hambrientos? ¿Acaso se comen las monedas? ¿Acaso conceden ciencia infusa? No. Obligan a ‘comprar’ con ellas los conocimientos y los alimentos. Pero ¿a quiénes? Pues casualmente a los mismos --qué cruel sarcasmo-- que se las dieron como ‘limosna’. De modo que así los poderosos mantienen a los hambrientos doblemente doblegados: porque dependen de un dinero… ¡de ida y vuelta!, y porque también dependen luego de lo que quieran venderles…
Lo cual demuestra que no es dinero lo que necesitan los pueblos más pobres, sino transferencias de conocimientos, de cultura, de formación laboral y personal, de medios y asistencia higiénica y sanitaria, de profesorado y escuelas, de infraestructuras,… Mas todo ello en bienes y en servicios. Nada en dinero. Porque los costes de todo eso deben correr por cuenta de los países que lo aporten. Para evitar que los caciques y los tiranos se enriquezcan con las donaciones mientras la población sigue en la miseria.
Es decir: las ayudas hay que hacerlas ‘en especies’; jamás en monedas. En un retorno inteligente al sistema del trueque comercial de antaño. Porque se ha comprobado que el dinero corrompe completamente. Y luego basta que patéticos personajes como Trichet o Greenspan planteen --y consigan-- subir los tipos de interés (sin duda para engordar sus ingresos personales, o incluso para hacer suculentos negocios con la compra-venta de empresas que empujan a la quiebra con tal subida de ‘tipos’), para que desaten la desconfianza general y colapsen el PIB mundial… dejando en el paro y la indigencia a muchos cientos, quizá miles, de millones de personas honradas…
En resumen: proponemos mayor producción agropecuaria mediante precios mínimos para los productores, entregar gratis los excedentes alimentarios, fomentar las ocupaciones laborales y artesanales para substituir la cultura de ‘ratas de alcantarilla’ por la de mayor autoestima y dignidad humana que restrinja la natalidad a términos responsables, transferir recursos en conocimientos y herramientas, implantar y sostener infraestructuras y servicios, y volver a conciertos de trueque para erradicar los abusos de dominación y la corrupción que el uso del dinero facilita.
Dr. Fernando Enebral Casares
Así, los inspectores de Hacienda jamás deberán tener como obsesivo objetivo el recaudar más… (por ejemplo, a costa de los asalariados y los autónomos que siempre son presas fáciles y atemorizables), sino el aplicar con estricta epiqueya el art. 31.1 de la Constitución Española que parece que nadie ha leído y que todos se limpian el trasero con ella… Y ese art. 31.1 dice taxativamente que “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos [pero] de acuerdo con su capacidad económica etc”. De forma tal que, no tratándose esto de un ‘derecho’ ni una ‘libertad’ sino de un ‘deber’ (aunque modulado y restringido a la capacidad económica de cada uno), no le alcanza el art. 10.2, y no puede entonces infringirse so pretexto de impuestos o aranceles que decrete el absurdo diosecillo de la Unión Europea: el IVA, y todos los impuestos indirectos (sobre gasolinas, etc), son inconstitucionales en España.
Porque, efectivamente, los impuestos no son --repetimos-- para sorber ¡como sea! dinero de la gente para costear los disparates que se les ocurran a los gobernantes --por ejemplo, no son para costear, como hace Zapatero, la ‘compra’ de votos en el Parlamento a costa, incluso, de agredir a la Constitución para seguir él así de Presidente--; sino que son para redistribuir el PIB favoreciendo lo conveniente y disuadiendo de lo humanamente impertinente, es decir: impulsando cuanto favorezca los Derechos Humanos universales, y dificultando todo cuanto los dañe.
Por eso yerran quienes --como Zapatero-- cifran la solución de todos los males en acaparar dinero a base de recaudar más con mayores tasas e impuestos, y proponen nuevos tipos tributarios para supuestamente destinarlos a ‘limosnas’ para los menesterosos.
Aparcar el dinero, volver al trueque
Porque tampoco deben ser monetarias las ayudas al desarrollo. El dinero es un perverso instrumento de dominación, con el que se humilla y chantajea a los necesitados, y que se acapara por los tiranos para afianzarse, y que se idolatra desde siempre, y desde su infantil apego a lo terrenal, por los masones y afines.
Pero ¿qué se adelanta con dar dinero a los países hambrientos? ¿Acaso se comen las monedas? ¿Acaso conceden ciencia infusa? No. Obligan a ‘comprar’ con ellas los conocimientos y los alimentos. Pero ¿a quiénes? Pues casualmente a los mismos --qué cruel sarcasmo-- que se las dieron como ‘limosna’. De modo que así los poderosos mantienen a los hambrientos doblemente doblegados: porque dependen de un dinero… ¡de ida y vuelta!, y porque también dependen luego de lo que quieran venderles…
Lo cual demuestra que no es dinero lo que necesitan los pueblos más pobres, sino transferencias de conocimientos, de cultura, de formación laboral y personal, de medios y asistencia higiénica y sanitaria, de profesorado y escuelas, de infraestructuras,… Mas todo ello en bienes y en servicios. Nada en dinero. Porque los costes de todo eso deben correr por cuenta de los países que lo aporten. Para evitar que los caciques y los tiranos se enriquezcan con las donaciones mientras la población sigue en la miseria.
Es decir: las ayudas hay que hacerlas ‘en especies’; jamás en monedas. En un retorno inteligente al sistema del trueque comercial de antaño. Porque se ha comprobado que el dinero corrompe completamente. Y luego basta que patéticos personajes como Trichet o Greenspan planteen --y consigan-- subir los tipos de interés (sin duda para engordar sus ingresos personales, o incluso para hacer suculentos negocios con la compra-venta de empresas que empujan a la quiebra con tal subida de ‘tipos’), para que desaten la desconfianza general y colapsen el PIB mundial… dejando en el paro y la indigencia a muchos cientos, quizá miles, de millones de personas honradas…
En resumen: proponemos mayor producción agropecuaria mediante precios mínimos para los productores, entregar gratis los excedentes alimentarios, fomentar las ocupaciones laborales y artesanales para substituir la cultura de ‘ratas de alcantarilla’ por la de mayor autoestima y dignidad humana que restrinja la natalidad a términos responsables, transferir recursos en conocimientos y herramientas, implantar y sostener infraestructuras y servicios, y volver a conciertos de trueque para erradicar los abusos de dominación y la corrupción que el uso del dinero facilita.
Dr. Fernando Enebral Casares
Etiquetas: causa, chantaje, dinero, exceden, gobernar, hambre, masón, natalidad, plutocracia, población, pobreza, precio, producto, recurso, remedio, rural, subvenciones, tributo, Trichet, trueque