Becas imposibles con profesores imprevisibles
La propuesta del ministro Wert de exigir una nota mínima
para obtener alguna beca universitaria nos parecería bien si
hubiese paralelas garantías --incluso mediante sanciones para quienes
las incumpliesen-- de que los docentes se atendrán a criterios de evaluación previamente fijados de modo taxativo,
inequívoco y público; suceso que con harta frecuencia no se da
en nuestras Universidades, donde cada profesor suele reservarse un más que amplio margen de discrecionalidad
--de la que, además, reúsa detalles--
a la hora de
poner notas a los examinandos.
Ocurre así que las pruebas de examen se convierten, casi habitualmente
incluso, en auténticos ‘ejercicios de adivinación’
que tiene que superar el alumno para evitar el suspenso --¡no digamos,
si aspira a algo más que un aprobado!--; es decir, ‘acertar’ con lo que el
profesor ‘quería decir’ con el enunciado que propone y,
más aún, con lo
que ‘quiere que le digan’ ante esos enunciados deliberadamente
ambiguos, imprecisos, … y hasta con ‘trampas’ encubiertas…
En estas condiciones, obtener una nota superior al 6,5 puede resultar completamente imposible… precisamente para los estudiantes más
inteligentes que, por serlo, se resisten a ‘degradarse’ a recitar, como magnetófonos,
las frases
--textuales-- del libro que,
además, en ocasiones, responden a visiones parciales, sectoriales,
tendenciosas, impropias, insuficientes y hasta francamente erróneas; o a copiar
los ‘apuntes de clase’ sobre lo que el
profesor haya podido decir sin especial ánimo de rigor intelectual ni tiempo para acotaciones y matizaciones.
De este modo, es
pavorosamente penoso que las mejores notas
puedan, y hasta suelan, ir a parar a los más mediocres del curso que, por
serlo y sabérselo, huyen de ‘complicaciones’ y se refugian en
repetir de memoria lo que parece que es más del gusto del
maestro. Mediocres que, aupados por tan poco fundados
éxitos, llegan
luego incluso a
cubrir puestos
directivos en la comunidad. ¡Dios nos valga! ¡Así anda el mundo!
Por eso, fijarse simplemente en las notas que
un estudiante universitario saque, no siempre es índice ni de su inteligencia
ni de
la suficiencia
ni del acierto de los conocimientos por él adquiridos, sino tan sólo, tal vez, del grado de sumisión
ciega a los dictados de su profesor, o de la capacidad de adivinación que luzca respecto de lo que más le apetece oír
al examinador.
Y en cuanto a que los de peores notas desisten antes de seguir estudiando, ¿no serán también los más inteligentes que, hartos de la estupidez circundante, se marchan? Recordamos un histórico mendigo de la Gran Vía madrileña que lo era después de obtener varios doctorados y, por eso, se automarginó de una sociedad increíble.
Incluso en asignaturas propias de ciencias exactas, naturales, técnicas
o experimentales, el arbitrismo calificador no está ausente, porque
tampoco se advierten ni publican por anticipado los criterios de evaluación que
se atenderán: si sólo a la solución exacta de los ejercicios propuestos, o si también a sus planteamientos y razonamientos correctos, u otros aspectos.
se atenderán: si sólo a la solución exacta de los ejercicios propuestos, o si también a sus planteamientos y razonamientos correctos, u otros aspectos.
Tampoco exámenes tipo ‘test ’ son representativos cuando la pregunta o su lista de
respuestas cerradas son deliberadamente confusas, no son excluyentes entre sí,
o presentan cualquier tipo de indefinición
para introducir así, también aquí, el consabido ‘ejercicio de adivinación’ que habrá de acertar el alumno.
Innumerables son los nefastos ejemplos de estas arbitrariedades
que, con los años, hemos ido conociendo. Quizá uno muy típico y sonado fue el del estudiante que,
ateniéndose a que se le dijo que se apreciarían la capacidad de comprensión, de
exposición, de análisis comparativo y pluridisciplinar, y de rigor lógico y
sistemático, redactó
su examen alejado del ‘corta/pega’ tan al uso hoy día; pero el examinador, en vez de premiárselo
conforme los criterios de evaluación anunciados, se lo castigó con
un suspenso porque --le dijo-- “...es que... como nadie lo hecho como usted…” (Es decir: que habría que suspender en la Universidad a todos los Premios Nobel por
su grave
error de ser irrepetibles). Aunque, en honor a la verdad, el incidente se solventó luego feliz y amablemente.
Otro caso reseñable fue el de un profesor interino de Meteorología que, a un alumno (de una Escuela Técnica Superior) que sabía, al parecer, más que él, le calificó con --eso sí-- la nota máxima del curso: ¡un 6,7!
Otro caso reseñable fue el de un profesor interino de Meteorología que, a un alumno (de una Escuela Técnica Superior) que sabía, al parecer, más que él, le calificó con --eso sí-- la nota máxima del curso: ¡un 6,7!
Por consiguiente, Sr.
Wert, cuando
usted garantice que las notas que se ponen en las Universidades responden realmente al ‘mérito y capacidad’ de los alumnos, entonces podrá
usted proponer algún valor de corte aceptable para las becas; pero si, por el contrario,
ese ‘mérito
y capacidad’ brilla tanto por su ausencia a la hora de evaluar a los universitarios…
mejor será que el
corte se lo proponga a los diputados, que con abundancia actúa como burdos cipayos (secuaces a sueldo) de sus jefezuelos hábilmente 'instalados'.
Javier de Fernando sr