Sobre el disparate económico de bajar salarios y subir impuestos
Como "Los Peter" (en alusión a los afectados por la "Ley" de ese nombre) vuelven periódicamente a la carga con propuestas económicas disparatadas (cual si de una pandemia de estupidez recidiva se tratase), tiramos de hemeroteca para reproducir artículos de prensa publicados ya hace años, pero que mantienen toda su vigencia además de su valor histórico. En esta ocasión uno, debidamente resaltado ahora, publicado en el Diario “YA”, de Madrid, el martes 12 de agosto de 1997, pág. 7.
Error en Rojo
Error es cualquier divergencia que se produzca entre nuestro pensamiento y la realidad a que se refiere. Esto quiere decir que, para no cometer errores, tendremos que apreciar esa realidad en todas sus vertientes y, encontrando las interacciones que entre ellas existan, llegar a un pensamiento coherente con todos los datos. Por eso es tan fácil equivocarse: basta con haber hecho observaciones parciales, en vez de globalizadas, para poder desbarrar.
Y como los mortales, por nuestra limitación, no conocemos más que una
pequeña parte de lo que nos rodea, por eso ninguno estamos exentos de caer en
el error, grande o pequeño, fugaz o pertinaz. Es lo que le ha pasado al
Gobernador del Banco de España, Luis
Ángel Rojo.
Su primer error provino de su amigo Carlos Solchaga, por entonces
titular de Economía. Solchaga, como todo socialista, estaba empeñado en que sólo el Estado manejase el dinero y los factores productivos del
país, y para ello urdió
subir
los tipos de interés para que la gente le entregase todos sus ahorros por
la golosina
de una rentabilidad alta.
Se camufló la maniobra bajo el pretexto de combatir la inflación, y tampoco se dijo que era porque
los alemanes necesitaban recaudar fondos para llevar a cabo su reunificación
y por eso también subían sus tipos. Sin
embargo, ni era justo que los demás les costeásemos a los germanos sus
gastos o caprichos, ni la excusa de
contener la inflación servía, puesto que está probado que unos tipos de
interés altos contribuyen precisamente
a
la inflación, en vez de rebajarla.
Buena prueba de ello es que, en cuanto se ha ido Solchaga y han bajado los tipos, la inflación también ha caído en
picado.
Además, el error de subir los
tipos llevaba al colapso de la economía. El proceso era que si
comprando Deuda del Estado obteníamos más renta que si manteníamos abierta una
empresa o un comercio, los pequeños y grandes empresarios y comerciantes cerraban sus negocios para vivir de
las rentas desde el sillón de su casa. Con esto, se disparaba el paro, bajaba el número de compradores potenciales,
descendían las expectativas de cualquier venta y, por consiguientes, más empresas y comercios cerraban, y
más se volvía a repetir el ciclo recesivo hasta
llegar a la quiebra del Estado.
Tal proceso era, además, acelerado por la penuria que causaba a las
familias el que las hipotecas y demás créditos les saliesen carísimos, poniéndolas
en situación tan difícil que los
trabajadores no tenían más
remedio que pedir aumentos salariales,
y
las empresas repercutir en los precios esos aumentos tanto como las elevadas
amortizaciones de los créditos que
tuviesen concertados. El resultado era, por consiguiente, un aumento del paro junto con un paralelo aumento --en vez de reducción-- de la inflación.
Ahora, este diagnóstico que
hicimos en 1988 --y que trasladamos
a Nicolás Redondo (que convocó huelga)-- se ha visto plenamente refrendado. Ha bastado que Rojo haya tenido que bajar
los tipos por la presión popular,
para que la economía nacional haya empezado a normalizarse.
El reciente informe del Banco de
España también apunta a lo mismo, cuando dice que "ese
descenso (de los tipos) ha
contribuido al aumento de la riqueza financiera de las familias y a la mejora de la posición financiera de las
empresas", y que ello ha sido la causa de la recuperación
de
la inversión y de la demanda interna.
La explicación es que la bajada
de los intereses de los préstamos, además de liberar dinero, invitaba a abrir --en vez de cerrar-- empresas y aumentar así el empleo,
de forma que la gente ha ido teniendo más desahogo para comprar, y se ha
establecido competencia "a
la baja" de los precios
por la entrada en el mercado de las nuevas
empresas.
En consecuencia, la inflación ha
bajado conforme teníamos predicho. E
incluso los propios Bancos, que
podría parecer que saldrían perjudicados por la bajada de los tipos, han salido ganando por el principio de
que ‘más
valen muchos pocos que pocos muchos’: Caja Madrid ha mejorado su resultado
un 10,5 por ciento en el primer
semestre respecto del año pasado; un 11,4
el Banco de Comercio, un 18,2
Banesto, un 19,5 Caja Rural, un 25,9 el Bilbao-Vizcaya, un 30,2 el Santander, un 63,4 el Atlántico...
Pero el error de Rojo persiste. No sólo en lo de los tipos --que los mantiene arguyendo lo de
contener la inflación--, sino en su
insistencia de que ‘los salarios no deben subir’. Lo
cual, además de erróneo, es insultante cuando viene de un señor que no pasa apuros. Ya quisiéramos ver al señor
Rojo teniendo que ponerse de asistenta
por las tardes para llegar a fin de mes --como
han de hacer algunos auxiliares de la Administración Pública, por ejemplo-- y
ver si después seguía diciendo lo mismo.
El proponer que los sueldos no
suban, o que lo hagan en cantidades
miserables, vuelve a ser un error tan grosero como el de los tipos de interés. Porque si no
subimos los salarios, la gente
no tendrá dinero para comprar
cosas, y el consumo (la demanda
interna) languidece. Las expectativas de negocio bajan, y se frena la apertura de empresas
y la competencia
que ellas provocarían "a la baja" en los precios. La creación de empleo se paraliza, la inflación
persiste,
y la reactivación económica se esfuma.
Es algo que ya también tenemos dicho en este periódico el 12/12/1993, y nos
alegra que CC 00 y UGT hayan sabido reaccionar esta vez y exponer que, si los sueldos se congelan, es imposible que haya reactivación
económica y posterior descenso del paro.
No se trata, desde luego, que la gente reivindique
salarios ilusorios. Las remuneraciones deben ir acordes con la productividad, con las esperanzas de ventas
en las empresas, y con su holgura financiera. Pero, cumplido esto, y aun contando con que los datos de una
entidad no son trasponibles a otra (incluso del mismo sector), es estéril el prurito de frenar los sueldos
"porque sí", como si
quien plantease esto fuese simplemente por perpetuar las distancias salariales
que mediasen entre él y los demás, o poco menos. Es infumable pedir a otros que sigan pasando apuros cuando uno no es capaz de ceder parte de su
abultada nómina a alguna institución benéfica.
Y es que el error vuelve a consistir
en atender sólo a aspectos monetarios, olvidando otros factores que
intervienen en la mercadotecnia: familiares, sociales, psicológicos, tecnológicos, ecológicos, competenciales, coyunturales, etc.
Prof. Dr. Fernando Enebral Casares
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