Parejas de hecho y familias por derecho
Este blog se anuncia como pluridisciplinar. No ha de
extrañar, pues, que haya muchos temas que querríamos comentar, pero que se
amontonan sobre la mesa sin lograrlo.
Hoy, tirando de hemeroteca, rescatamos unas reflexiones del
año 1994 (Diario “YA” de Madrid, 3 de junio, viernes, pág. 15) introductorias
sobre parejas, familias y matrimonio,
que nunca pierden actualidad. Insertamos una imagen de su publicación, y las
reproducimos con subrayados para mayor amenidad. El tema no se agota con ellas.
Familias por
derecho
La
familia es inevitablemente un ente 'jurídico', un compromiso claro, público y estable, libremente
elegido para la vida en común
Todos los días saluda el alba con su piar
—casi un canto— el gorrión que anida
desde hace años en mi balcón. Desde
entonces forma pareja con una
gorrioncilla joven y rubicunda, con tonalidades áureas que acercan su
plumaje al del zarcerillo común. Crían de marzo a julio, y se profesan una fidelidad admirable. Jamás él se retrasa en 'cumplir' cabalmente
con ella cuando, con un gorjeo sostenido
mientras encoge el cuello y tremula sus alas, le invita a montarla. Comparten
la comida avisándose cuando la encuentran, y pasan siempre la noche juntos.
También comparten el cebar a su prole, aunque es ella quien carga con la mayor
parte de esto. Y ya son abuelos. Forman,
pues, una pareja muy estable, un 'matrimonio
feliz'.
Porque
el matrimonio es mucho más que yacer en el mismo lecho
o cohabitar en el mismo local. Es,
ante todo y sobre todo, compromiso.
Compromiso firme de compartir tareas y responsabilidades, proyectos y abnegaciones,
éxitos y dificultades. Como los
comparten este par de gorriones que alegran mis desayunos. Pero a quienes,
una vez, uno de sus retoños se les murió.
Un
compromiso que puede asumir una u otra de las facetas humanas,
desde las 'civiles'
o cívicas de compartir haciendas y responsabilidades por nuestro
comportamiento y hasta por nuestros hijos..., hasta las pulcramente espirituales
de formar un equipo para
superarnos con vistas a nuestra progresiva
perfección. Pero un compromiso
que, como tal, entraña siempre
un cierto 'acto jurídico' por el
cual cada uno cede derechos y acepta
deberes con los que ir, entre ambos,
construyendo el proyecto en común.
Una
comunidad gracias a la cual se amplíen nuestras expectativas y se nos faciliten sus logros. Pero una comunidad que nunca podrá ser ni entenderse 'de hecho', sino siempre
y necesariamente 'de derecho': del 'derecho'
que nace de aquel compromiso, de aquel 'acto
jurídico', de aquella decisión nuestra libremente
tomada
y publicada, con ánimo
—precisamente— de 'obligarnos'. Obligarnos ante nosotros mismos y obligarnos
ante los demás. Por eso
—y perdónesenos nuestra lógica— no
alcanzamos a comprender cómo algunos hablan y hasta propugnan el reconocimiento
de lo que es una intrínseca contradicción
o contrasentido en sus propios términos:
las familias o emparejamientos ‘de
hecho', para quienes abren,
incluso, registros 'para
los no registrados' y que llevarán,
sin duda —siguiendo la propia dinámica que ellos mismos ponen en marcha—, a
la apertura futura de nuevos registros... "para los no
registrados en los registros 'de no
registrados' en los registros
de...", y así sucesivamente.
Ni
a los propios gorriones que crían en mi balcón se les hubiera ocurrido tamaña sinrazón.
Porque ellos saben muy bien, y practican día a día, que formar una familia es algo
más, mucho más, que pernoctar en el mismo lugar: es
asumir
que cada cual ya no
puede hacer, ni va a hacer, lo que le dé la gana, sino
que hay un reparto de competencias, de trabajos y de
responsabilidades, que cada uno arrostrará
en nombre de todos, y todos
saldrán comprometidos 'por derecho' con lo que cada uno haya hecho o dejado de
hacer.
Porque la familia es
inevitablemente, y por sí misma, eso:
un ente 'jurídico':
un compromiso claro, público y
estable, libremente elegido, 'de compartir
y de repartirse' el entramado de quehaceres que supondrá la vida en familia, la vida en común. Y un reparto, además, siempre alegre y amoroso, porque se propone
y acepta como una íntima [y recíproca] donación.
Habrá, pues, opción al olvido y al desuso del matrimonio y la
familia si el egoísmo y el desamor
se adueñan de nosotros. Pero no podrán cambiarse
los nombres por capricho u oportunismo, tratando de llamar ahora 'familia' a
lo que es simple reunión efímera de intereses inconfesos, sin asomo siquiera de ánimo de comprometerse.
Un 'comprometerse' que, para que sea 'sacramento' eclesial, deberá incluir expresamente la decisión de compartir hasta la eternidad los méritos y deméritos que ganemos con nuestro comportamiento.
Como
Cristo quiso compartir con nosotros la gloria de su resurrección.
Prof.
Dr. Fernando Enebral Casares
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