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domingo, 18 de agosto de 2013

La catástrofe biológica y geológica de los incendios forestales



Este verano está siendo pródigo en incendios forestales

Parece que aún no hemos tomado conciencia del desastre ecológico (biológico y geológico) que supone el fuego en el bosque.

Sobre esto, recuperamos un artículo publicado en 1994 en el Diario "YA" de Madrid, martes 26 de julio, pág. 13.

Decía así: 

 Quemados con el bosque

El bosque es esencial para evitar las riadas de súbitas tormentas, ya que es capaz de retener hasta 40 litros de agua por metro cuadrado

Han muerto quemadas en nuestros bosques, calcinadas con ellos, veintidós personas --ojalá sean las últimas-- cuan­do escribo este artículo, que desgraciadamente no es tar­dío. Y doscientas y pico mil hectáreas han ar­dido hasta ahora. Lo que supone que este año se han abrasado ya más tierras que todas las que ardieron en los últimos cuatro. Lo cual es una auténtica  catástrofe.  Porque el bosque es, ante todo, el protector  imprescindible  de cual­quier forma de vida.  Sin él nada vive.

Por ejemplo, el bosque es el único modo y mejor manera de regular los caudales de agua que la vida reclama. Porque sin agua no hay vida, y sin bosque no hay agua. Y así, tras un mes de sequía en una cuenca arbolada en un 99%  frente a otra deforestada en sus dos terce­ras partes, el agua que fluye por los ríos de la primera es doble que por la segunda (H. Burger, 1954).

Y aún peor. Porque, por esta última, las aguas arrastran además  tres veces  más suelo que los ríos de la otra, la boscosa, donde sólo se pierden, como mucho,  cincuenta toneladas  de tierra  por  cada  kilómetro cuadrado  de cuenca en  cada año.  En España, por contra, hay muchas zonas rasas donde las pérdidas alcanzan las 4.000 to­neladas al año. Y esto es tremendamente gra­ve: porque  un  solo centímetro  de suelo  tarda  cerca de  un siglo  en formarse. Así que si lo perdemos nunca más  en nuestra vida  volvere­mos a encontrarlo.

En esta misma línea, el bosque es esencial para evitar las riadas de súbitas tormentas, ya que es capaz de retener hasta  40 litros  de agua por  metro cuadrado.  Y también es factor pri­mordial para  estabilizar  lluvias, temperaturas y, en definitiva, el clima.  Su influencia en la condensación de agua en las capas superficia­les del terreno origina una  'precipitación ocul­ta'  equivalente a  un litro  de lluvia por  metro cuadrado y mes,  de modo que, por ejemplo, en la provincia de Ávila se han registrado, efecti­vamente, 15 litros anuales más de agua de con­densación bajo el pinar que a cielo raso (F. Ló­pez Cadenas, 1980). Y otro tanto podemos de­cir de las lluvias reales,  convectivas  y  orográfi­cas,  y que aumentan un  dos o tres por ciento  en áreas arboladas incluso llanas, sobre las despobladas.

A su vez, todos conocemos la agradable temperatura que encontramos en los bosques, debido al efecto regulador que de ella hace la humedad transpirada por las hojas, y que es precisamente por lo que las gentes acuden en verano a los montes para refrescarse. Pero aquí es donde está el peligro de incen­dios. Porque hay que extremar las precaucio­nes si no queremos convertir, como estos días, a España entera en una tea. Y volverla un in­hóspito desierto.

Lo primero que hay que cuidar es, simple y llanamente, no fumar. Entre otras cosas, por­que es un absurdo contrasentido irse al monte  'a  respirar'... ¡para acabar respirando el humo del  tabaco!  Pero, sobre todo, para no caer en el descuido de no apagar 'aplastantemente' las colillas.

Del mismo modo que será me­jor comer bocadi­llos y no meterse a cocinar, para no de­jar después rescoldos inadvertidos que luego prendan fuego a todo. Y evitar dejar vidrios ro­tos que, además de lo incívico de ir sembrado un rastro de basuras allí por donde vamos, re­presentan un grave riesgo de cortarse —hom­bres y animales— y de provocar incendios al actuar como  lupa  bajo los rayos implacables del sol veraniego.

Pero, además, las Comunidades Autónomas deberían ahorrar en fastos paranoicos e inver­tir más, en cambio, en hidroaviones tipo  Cana­dair  —hasta tener dos o tres cada una—, que arrojan  55 metros cúbicos  de agua en cada pa­sada y son lo más eficaz para impedir que los fuegos se extiendan.

Y ocuparse de hacer y mantener franjas cortafuegos, buenos caminos forestales y, so­bre todo, limpieza de los montes  absorbiendo parados.  Que  más vale un bosque aclarado,  que otro 'virgen' durante un rato y luego quemado y extinto.

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares

 


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