La catástrofe biológica y geológica de los incendios forestales
Este verano está siendo pródigo en incendios forestales
Parece que aún no hemos tomado conciencia del desastre ecológico (biológico y geológico) que supone el fuego en el bosque.
Sobre esto, recuperamos un artículo publicado en 1994 en el Diario "YA" de Madrid, martes 26 de julio, pág. 13.
Decía así:
Quemados con el bosque
El bosque es esencial para evitar las riadas de
súbitas tormentas, ya que es capaz de retener hasta 40 litros de agua por metro cuadrado
Han
muerto quemadas
en nuestros bosques, calcinadas con ellos, veintidós personas --ojalá sean las últimas-- cuando escribo este artículo,
que desgraciadamente no es tardío. Y
doscientas y pico mil hectáreas han ardido hasta ahora. Lo que supone que
este año se han abrasado ya más tierras que todas las que ardieron en los
últimos cuatro. Lo cual es una auténtica catástrofe. Porque el bosque es, ante todo, el protector imprescindible de cualquier forma de vida. Sin él nada vive.
Por ejemplo,
el bosque es el único modo y mejor manera de regular los caudales de agua que la vida reclama. Porque sin agua no hay vida, y sin bosque no hay agua. Y así, tras un
mes de sequía en una cuenca arbolada en un 99% frente
a otra deforestada en sus dos terceras partes, el agua que fluye por los ríos de la primera es doble que por la segunda (H.
Burger, 1954).
Y aún peor.
Porque, por esta última, las aguas
arrastran además tres veces más
suelo que los ríos de la otra, la boscosa, donde sólo se pierden, como
mucho, cincuenta toneladas de tierra por
cada kilómetro cuadrado de cuenca en cada año. En
España, por contra, hay muchas zonas
rasas donde las pérdidas alcanzan las 4.000
toneladas al año. Y esto es tremendamente grave: porque un solo centímetro de suelo tarda cerca de un siglo en formarse. Así que si lo perdemos nunca más en
nuestra vida volveremos a
encontrarlo.
En esta
misma línea, el bosque es esencial para evitar las riadas de súbitas
tormentas, ya que es capaz de retener hasta
40 litros de agua por metro
cuadrado. Y también es factor primordial para
estabilizar
lluvias, temperaturas y, en definitiva, el clima. Su influencia en la condensación de agua en las capas superficiales del terreno origina una 'precipitación oculta' equivalente a un
litro de lluvia por metro
cuadrado y mes, de modo que, por
ejemplo, en la provincia de Ávila se han registrado, efectivamente,
15 litros anuales más de agua de condensación bajo el
pinar que a cielo raso (F. López
Cadenas, 1980). Y otro tanto podemos decir de las lluvias reales, convectivas
y orográficas, y que aumentan
un dos
o tres por ciento en áreas arboladas
incluso llanas, sobre las despobladas.
A su vez,
todos conocemos la agradable temperatura
que encontramos en los bosques, debido al efecto regulador que de ella
hace la humedad transpirada por las hojas, y que es precisamente por lo que las gentes acuden en
verano a los montes para
refrescarse. Pero aquí es donde está
el peligro de incendios. Porque hay que extremar
las precauciones si no queremos convertir, como estos días, a España
entera en una tea. Y volverla un inhóspito desierto.
Lo primero
que hay que cuidar es, simple y llanamente, no fumar. Entre otras cosas, porque es un absurdo contrasentido irse al monte 'a respirar'... ¡para acabar respirando el
humo del tabaco! Pero, sobre todo,
para no caer en el descuido de no apagar
'aplastantemente' las colillas.
Del mismo
modo que será mejor comer bocadillos y no
meterse a cocinar, para no dejar
después rescoldos inadvertidos que luego prendan fuego a todo. Y evitar dejar vidrios rotos que, además de lo incívico de ir sembrado un
rastro de basuras allí por donde
vamos, representan un grave riesgo de cortarse —hombres y animales— y de
provocar incendios al actuar como lupa bajo los rayos implacables del sol veraniego.
Pero, además, las Comunidades Autónomas deberían ahorrar
en fastos paranoicos e invertir
más, en cambio, en hidroaviones tipo Canadair —hasta tener dos o tres cada una—, que arrojan
55
metros cúbicos de agua en cada pasada
y son lo más eficaz para impedir que los fuegos se extiendan.
Y ocuparse
de hacer y mantener franjas cortafuegos, buenos caminos forestales y, sobre todo, limpieza de los montes absorbiendo
parados. Que más vale un bosque aclarado, que otro 'virgen' durante un rato y luego quemado y extinto.
Prof. Dr. Fernando Enebral Casares
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