El ejemplo a imitar del qué y el porqué ecológico de los ángeles de la guarda
(En modesto pero sincero reconocimiento filosófico de la admirable labor que dichos AG cumplen)
Ángeles de la Guarda que con su paciencia --que
derrocha humildad-- están
pendientes de ayudar y ayudar, a pesar de lo tercamente estúpidos,
perezosos y equivocados que nos empeñamos en ser los humanos.
Y con
su excepcional ‘ejemplo existencial’, cumpliendo con amor la función encomendada, abajándose
hasta la poquedad humana y aceptando
estar a ¡su servicio! callado y
continuado aun
cuando son ellos
los excelsos
espíritus
puros de libertad
incontaminada por condicionantes de los
que carecen absolutamente, nos muestran el camino a seguir también por
todos nosotros: el de hacer también, y de algún modo, a
modo de “ángeles de la guarda” de otros y de todos cuantos nos rodean. Basta
con que tengamos humilde
ánimo de ayudar sin
esperar al gozo de comprobar haber tenido --ojalá-- fulgurantes éxitos, sino con el rotundo altruísmo de sólo
haber hecho aquello como expresión de que estamos ‘aceptando y practicando’ también nosotros,
como ellos, la ‘solidaridad existencial’ que como partícipes del Universo nos corresponde.
Es éste quizá, pensamos, el profundo y trascendente sentido o
significado que nos quiso
indicar, para alcanzar
nuestra plenitud,
la de nuestra propia existencia, San Francisco de Asís con su pionero ‘ecologismo’ de amor,
respeto y hasta servicio hacia todos los demás
seres creados que, ¡por serlo!,
ya fueron
nuestros ¡convecinos! de eternidad en el pensamiento --tan eterno como inmutable-- de quien Existe
por Sí mismo y que desde
siempre, entonces, quiso ¡compartir! gozoso, con creaturas suyas, parte de su propio
existir para así
gozarse aún más --si le cupiese; que el ‘más’
ya no cabe en quien Existe cómo y porque desde
siempre le dio la gana--; gozarse aún
más --decimos en hipérbole poética-- en Sí Mismo pero… ¡incluso! ‘a través’ de sus creaturas a quienes
invita, al darles existencia, a que también se gocen con Él y en Él.
Y ésta es, en fin
--pensamos--, la enorme maravilla que supone nuestra propia e infinitésima
existencia, a la que nuestros “ángeles de la
guarda” rinden por eso humilde y consagrada ayuda y pleitesía, y a los que nosotros desde aquí, y
anecdóticamente hoy, se nos ha ocurrido también
dedicarles un breve espacio de votivo
reconocimiento.
Para animarnos
a todos, ¡qué caramba!, a seguir
su ejemplo: el que la propia plenitud existencial se alcanza
con la humilde entrega a la solidaridad universal. Cada uno, con cuanto
pueda. Y sin esperar por ello más que el ‘premio’
de haber hecho lo
específicamente apropiado
al peculiar existir… de cada uno.
El
ecologista implacable. Pero… implacableee
¡filósofo; desde luego!
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