Teología moral y pastoral relativa al sexo y los matrimonios natural y civil y el religioso sacramental
En
relación con el Sínodo Extraordinario sobre la
Familia que viene celebrándose en Roma bajo los auspicios del
Papa Francisco, y más concretamente referencias
publicadas el 10 y 16 de este mes en el diario "ABC"
(nulidad de matrimonios, pastoral individual,
noción sacramental, divorcio y matrimonios civiles, homosexualidad, etc.)
y que se adjuntan al margen, el Profesor Dr.
Fernando Enebral Casares, nos proporciona las siguientes
"Reflexiones
sobre transcendencia ontológica de la
sexualidad humana"
« Por internet he visto casualmente algunos comentarios que muestran, a mi modo de ver, una gran confusión sobre el verdadero significado ontológico de la sexualidad humana; por lo cual voy a apuntar algunas reflexiones que en seguida se verá que está justificado que las inicie --aunque pudiese parecer ‘excesivo’-- con unas relativas a teodicea, para mejor alcanzar criterios éticos más claros sobre aquel asunto. Son éstas:
1º/ La persona humana es ‘algo más’ que entidad zoológica, por cuanto que el humano tiene consciencia de que
existe, y del zoológico --como del vegetal o del mineral-- no
podemos afirmarlo y no parece que pudiéramos llegar a hacerlo. Por el
contrario, el humano, con el mismo grado de
evidencia con que ‘conoce’ que
existe, también conoce que NO lo hace ‘por sí mismo’ puesto que NO lo hace ‘como le da la gana’;
y, por consiguiente, con igual fuerza de ‘evidencia’ con la que conoce que
existe, también conoce que ‘alguien’ ha de existir ‘por Sí mismo’; existencia ‘por-Sí-misma’
de la que
se nos ‘participa’
nuestra propia existencia.
(Es de observar que
estas cuatro evidencias existenciales --existo; no lo
hago por mí mismo; es entonces igual de seguro que existe alguien por Sí mismo; y del que he recibido
‘mi’ existencia--, que están al alcance de todo humano, son intrínsecas a nuestro existir. Podríamos llamarlas ‘evidencias
ontológicas’,
o de primer
grado, no sólo porque no podemos eludirlas,
sino porque son el origen y
sentido de todo nuestro vivir, convivir, sobrevivir,… y volveremos a
tenerlas --pero esta vez en toda
su plenitud
entonces-- después de la muerte (Sta Teresa
y otros las han tenido también en esa misma plenitud pero antes de la muerte…). En cambio,
cualquier otra evidencia que se
construya a
partir de nuestros sentidos, será
ya, digamos, de ‘segundo --o mayor-- grado’:
lo ‘creemos’,
pero no
lo ‘sabemos’: como la evidencia de que existe el vecino o el Universo, o la
evidencia del concepto matemático de suma).
(Véase,
sobre esto, lo publicado en este blog
con fechas: 30 enero y 7 mayo 2012; lo
último, aquí adjunto)
2º/A
partir de estas cuatro evidencias
existenciales, y sin
necesidad de echar mano de algo ‘externo’
a ellas (es decir: sin tener que
apoyarnos en cualesquiera otra ‘percepción’)
podemos reflexionar sobre las ‘características’ o atributos de ‘El que existe-por-Sí-mismo’, y las consecuencias que tienen sobre nuestra
‘infinitésima de infinitesimal’ existencia.
3º/El primer y evidente atributo es
que es ‘infinitamente libre’ pues que, existiendo
por Sí mismo, existirá ‘como Le dé la
gana’ (que es precisamente lo que nosotros NO podemos hacer) y que, por ende, Se ‘ama’ también
‘infinitamente’ (es decir: está totalmente complacido consigo mismo, puesto que si no lo
estuviese, nada le impediría completarse,
por así decirlo, hasta alcanzar ya la plena autocomplacencia...
…aunque
en realidad el ‘existir por-Sí-mismo’ implica un solo acto simplicísimo de autoaceptación --el“¡¡ sí, quiero
!!… existir”-- en el que, en la instantaneidad infragmentable
de ese“¡¡ sí !!” (tan
infragmentable como un punto geométrico), está abarcando, en cambio, todo el
infinito… Y
añadiremos también que, por esta imposibilidad de fragmentarse el”¡¡ sí !!”, es igualmente inmutable,
sin variación ni ‘marcha atrás’; por lo que tal ‘existente
por-Sí-mismo ’NO puede
ser ‘el Universo’ al que
pertenecemos, porque, con estar éste en perpetua mutación, está además compuesto
de fragmentos).
4º/Pero este existir
como ”Amor
Infinito” será --si se nos permite la hipérbole-- ‘más’ infinito si
NO se queda ‘encerrado’ en
Sí mismo (y eso que su propia ‘infinitud’
YA le está dejando inevitablemente ‘encerrado’
en Sí mismo, toda vez que, siendo Infinito, nada existe ‘fuera’ de Él); por lo que --digamos--‘idea’
una fórmula de: sin salir de Sí mismo (que
NO puede; como TAMPOCO puede ‘dejar de existir’, o dejar de hacerlo
CON los atributos que corresponden a hacerlo ‘por-Sí-mismo’: estas cosas NO las puede hacer porque NO
puede incurrir en contradicción consigo
mismo); sin --decimos-- salir
de Sí mismo, TAMPOCO por eso quedarse ‘encerrado’ en Sí mismo.
¿Cómo? A través de ‘participar’ existencia que, con sólo estar evidenciando que es
existencia ‘participada’ y NO
existencia ‘por-sí-misma’, ya Le está revirtiendo (como no podía ser
menos) a Él todo el mérito, honor, poderío, y la pleitesía debida. Es decir, ha ‘ideado’
la fórmula deser… ¡ Creador!. Y, a través de la reversión de Su Creación a
Él, amar-Se ‘todavía más’ (por así decirlo…)
5º/ Más aún: si, además, Él mismo ‘asume’ a su propia Creación, entonces la reversión
que ésta haga a Él --que es su Creador-- habrá
adquirido la cualidad ‘infinita’ que
es propia de Él mismo, que es quien la asumió. Y el
círculo se habrá cerrado‘ en infinitud ’pero… habiéndose primero ‘participado’ a Sí mismo y habiéndose después ‘retomado’ hasta
Sí mismo.
6º/ Es decir:
que el Amor Infinito --que es Dios--
es amor ‘participativo’ (altruista:
que ‘va’ hacia el otro) AL MISMO
TIEMPO QUE amor ‘reversivo,
introspectivo’ (que ‘vuelve’ hacia sí: que ‘está seguro’ de alcanzar TAMBIÉN ASÍ su
plenitud
existencial). Y lo es PRECISAMENTE --no lo olvidemos-- siendo… Creador.
7º/ Pues bien: ahora ya
estamos en condiciones de apreciar la dimensión ‘trascendente’ que el sexo tiene --creo-- en los humanos, y por la cual podemos afirmar, con toda certeza, que la condición ontológica del ser humano es ‘más excelsa’ que la de cualquier otra
creatura (salvo que sean creaturas ‘equivalentes’ a nosotros,
aunque estén en otras galaxias): porque es la más ‘fiel’ imagen (o reflejo) de la Existencia que ‘lo-es-por-Sí-misma’ (Dios).
¿Por qué? Porque, efectivamente, en el acto sexual humano (y
NO el meramente zoológico de ‘la monta’)
se conjugan el amor ‘altruista’
(que va hacia el otro), con el ‘reversivo’--que
inevitablemente se vuelve hacia uno
mismo-- que está representado… NO por un miope egoísmo, SINO por el tener la ‘seguridad’ de que, cuanta
más satisfacción demos, más satisfacción
‘también’
nosotros disfrutaremos.
Y conjugarse además ambos espontánea y simultáneamente, en
perfección armónica e inseparable
como en
ningún otro acto humano se da (excepción hecha, claro, del arrebato místico en sentido
estricto), y en perfección intrínseca y específica de la cualidad
‘humana’ que
adquiere ese acto (y que excede, como decimos, a la meramente
zoológica). Es en el acto humano en que (aparte del de amar a Dios estando en Su presencia, repetimos) más plena y
perfectamente se da esa conjunción.
Y, además, se da en un acto que
es SUBSTANCIALMENTE ¡‘creador’!.
De modo que, efectivamente, el
humano, en el acto sexual, reproduce
fielmente la imagen de Dios-Creador que, siéndolo
--recalquemos: PRECISAMENTE siéndolo--, aúna el amor participativo
con el inevitable amor introspectivo o ‘reversivo’ (o ‘que revierte sobre Él mismo’) que Le es propio e irrenunciable.
(¿Fue por este ser tan fiel imagen de Dios-Creador por lo que Adán se creyó ya ‘como Dios’
y que podía hacer ‘lo que
le diese la gana’ en y con el Universo?)
8º/ El caso es que, probablemente por esta dimensión especial y
específicamente excelsa pero
trascendentemente simbólica más allá de lo zoológico, el
acto sexual fue, sin duda, recubierto con un
halo mágico y con sus consiguientes ‘condicionantes’ para NO ‘profanar’ su verdadero significado ontológico; …hasta acabar, desde practicarse en
rituales hechiceros entre nuestros ancestros, a ser objeto de ‘tabú’…
inexplicado razonadamente… por brevedad
pragmática, sin duda.
9º/ Pero como se ve por la precedente reflexión filosófica (que no pudibundista), el
ejercicio humano de la sexualidad es ‘demasiado’
excelso como para dilapidarlo degradándolo a lo meramente zoológico.
Y ésta (el NO degradarse a lo
meramente zoológico), y no otra,
es su intrínseca condición ética o ‘restrictiva’ (que
es, desde luego, restricción notoriamente
severa en sus consecuencias;
pero que es… lo
que es;
sin que podamos metamorfosearla porque nos apetezca
ser, a veces, solamente zoológicos).
(Véase también lo publicado en este blog los días 10 y 11 de agosto de 2013, sobre el matrimonio natural, civil, religioso, y como Sacramento; aquí adjuntos)
10º/ Entonces,
¿sólo podremos realizar el coito con el ‘recogimiento espiritual’ que corresponde al amor
ungido de consciencia transcendente y exclusivamente abierto a
la concepción de un hijo? Pues, de por sí, y en rigor filosófico (que no
pudibundista, repito), ésta, y sólo ésta, sería efectivamente
la orientación congruente con
nuestra ‘plena’ condición ontológica, es decir, congruente a nuestra ‘plenitud’
ontológica (o unión máxima con Dios, y que otros por eso
dirán «congruente con la ‘santidad’»).
Y esto sigue siendo así, porque así hemos sido creados. Y,
desde nuestra modesta reflexión filosófica, no hay más vuelta de hoja.
(O sea, para que se me entienda: que quien quiera ser ‘santo’ y tener hijos, pues… ya sabe que los
tiene que tener consciente de todo
esto. Y si no es capaz de ser así de consciente, pues… ¡bueno!: que haga conforme exponemos en el
punto siguiente. Porque…).
11º/ Ahora bien: en el
ejercicio de la sexualidad TAMBIÉN es de aplicación, como es
habitual en todo caso, la teoría ‘del doble
efecto’, por la cual, cuando
se realiza un acto ‘neutro’ en sí mismo, y del que
se siguen inevitablemente, simultánea pero INDEPENDIENTEMENTE,
dos efectos de EQUIPARABLE
entidad: uno ‘bueno’ (es decir, conforme con
el orden de la Creación), y otro
‘malo’ (es decir, ‘no-conforme’ con el orden de la Creación),
basta con pretender
--sinceramente, claro; NO con engaño de nosotros mismos-- el efecto ‘bueno’ en vez del ‘malo’ para que, aunque éste se dé irremediablemente,
nuestra ‘legitimidad’
quede plenamente a salvo, siempre y cuando no haya
--eso sí-- otro medio
alternativo y equivalentemente eficaz (o quizá eficiente) para conseguir ese mismo
efecto ‘bueno’.
Y esta teoría
‘del doble efecto’ no es
novedad alguna, sino un criterio o norma de comportamiento que,
por otra parte, seguimos cotidianamente en multitud de cuestiones, incluso
aunque no seamos conscientes de estar aplicándola… (por ejemplo, de la mano del
2º Principio de la Termodinámica: los efectos colaterales; la contaminación
entrópica; o el criterio jurídico de la 'defensa propia'; etc).
12º/ ¿Cómo se aplica la teoría ‘del doble efecto’ al ejercicio de la
sexualidad? Pues nos parece que exactamente igual que en el caso humano
se aplica a la satisfacción que produce el comer… más allá de lo estricta y
razonadamente ‘indispensable’ para
sobrevivir (que sería el criterio estrictamente filosófico que nos
permitiría el comer, es decir, el ‘matar’
animales o vegetales para nuestro exclusivo e intransitivo provecho aunque en contra del principio solidario de ‘conservar’ a todas las creaturas; criterio filosófico que por lo demás, y dicho sea de paso, ¡ojo:
ya cumplen! los animales: que comen lo justo que
necesitan…).
Porque el sexo
es también un ‘apetito’ (como el comer) orientado, desde luego, a la procreación y supervivencia de la especie
(como el comer lo está a la supervivencia del individuo), pero cuyo
aplacamiento puede no estar imprescindible y exclusivamente unido al propósito de la supervivencia de la
especie, sino a una razonable ‘distensión’ psicosomática; siempre
y cuando --eso sí-- no se infrinja con ello otra u otras normas
también imperativas aunque distintas de la de orientación a la
procreación (igual que el comer es sólo gula repudiable cuando
estuviésemos incurriendo no sólo en
desatender la escueta necesidad de alimentarnos, sino incurriendo también
en excesos perjudiciales, tanto personales como colectivos
--y ¡cuidado con esto, por cierto!: porque la glotonería puede ser notoriamente inmoral si con ella estamos
detrayendo alimentos con los que se paliaría hambre de otros--).
13º/ Así, las condiciones que ‘justificarían’ el ejercicio de la sexualidad aunque
fuese al margen del ánimo procreativo podrían, en mi opinión, y a título de ejemplo enumerativo,
resumirse en:
a)
que la actuación sea, en sí
misma, ‘neutra’ respecto del orden de la Creación,
como puede ser neutro el masticar, o el rascarse (y lo es porque es conforme
con nuestra fisiología);
b) que se ejercite pretendiendo
su efecto ‘bueno’, es decir,
acorde con el orden de la Creación (como lo es el mantener o restablecer una mejor
salud ‘integral’), aun
cuando simultánea e INDEPENDIENTEMENTE se esté siguiendo otro no-acorde con el orden de la Creación
(como es el no orientar la sexualidad
a la procreación); puesto que uno y otro efecto son ‘equiparables’ en importancia respecto
del orden de la Creación;
c) que NO exista alternativa razonable para lograr ese mismo
efecto ‘bueno’;
d) que, efectivamente,
y como
decimos, se
pretenda mantener o restablecer la
mejor sanidad ‘integral’, propia y
ú o ajena, incluso; como,
por ejemplo, sucede cuando el cirujano extirpa un órgano corporal dañado y que
representa riesgo para otros órganos;
e) que, según lo ya dicho, obviamente NO se pretenda un ‘bien’ A TRAVÉS DE un ‘mal’:
es decir, que nuestra actuación NO atente contra la salud ‘integral’ (psico-somático-social),
ni la propia ni la ajena, NI
‘a través de’ DEGRADAR la condición humana de otros, SINO
apoyando y respetando en todo
momento esa condición;
f) y nos atrevemos a decir
que, en el caso concreto del coito, NI SIQUIERA se pretenda un disfrute sólo propio de… lo que está llamado, en este caso, a ser
‘esencialmente’ compartido.
(Aquí la restricción sería, curiosamente, mayor que
la aplicable a la masturbación, porque ésta no es
admisible mediante tomar a una ’persona’ como mero ‘instrumento’ o juguete; mayor restricción precisamente porque se estaría implicando a otra persona que hay que tratar como tal, y no como juguete. Toma
como juguete que, por otra parte, parece que no habría lugar considerarla
tal en el ámbito de un mutuo acuerdo en una convivencia
habitual y en relación a
posibles sucedáneos de lo que llamaríamos ‘masturbación mutua’, por ejemplo).
O sea: que, como se ve, con los criterios
filosóficos que hemos invocado (y que son, por lo demás, enormemente ‘exigentes’ en el terreno conceptual y
de lo que llamamos ‘ética’), la moral sexual sería, de una parte, extremadamente
rígida. Pero, al mismo tiempo, ponderados o matizados mediante la aplicación serena de la teoría ‘del doble efecto’ (que es de
universal aplicación a todo comportamiento humano, y que también supone ya una ética bastante ‘restrictiva’), los criterios
son, entonces, y de otra parte, mucho más ‘realistas’, mucho menos rigurosos.
Aunque, desde luego, todavía a años-luz de esa hedonista y promiscua ‘monta zoológica’ desprovista de ‘humanidad’ y que algunos quieren
vender.
En fin: imposible proseguir aquí con más
casuística y razonamientos: porque
ya hemos excedido con creces el espacio prudente. Pero pienso que si, en
cambio, hubiésemos cortado el discurso, habríamos incurrido en verdades a
medias que, en definitiva, lo serían dudosas o, cuando menos, incomprensibles.
Y, por descontado, sin ánimo de sentar cátedra.
Dr. Prof. Fernando Enebral Casares »
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