Eximir de plusvalías a los ancianos para que puedan sobrevivir vendiendo sus activos
Acaba de anunciarse que los mayores de 65 años podrán vender
sus activos patrimoniales sin
tener que tributar
por eventuales plusvalías
generadas en ello, pero siempre y cuando destinen
tales rendimientos a suscribir productos financieros de ‘renta vitalicia’.
Semejante medida estaba sin duda en el trasfondo de la reflexión que este
blog publicó el 6 de enero de 2011,
en plena tormenta inmobiliaria, y que
transcribimos a continuación.
No obstante, la actual propuesta gubernamental abre
interrogantes --al imponer
esa condición de suscribir instrumentos
financieros que proporcionen una renta
vitalicia-- que
no parecen satisfacer los presupuestos (fundamentos) económicos,
filosóficos y sociológicos que inspiraban aquellas reflexiones.
Porque si la exención de rendimientos --tan
diferidos, además, en el tiempo-- de ventas patrimoniales terminase engordando las fauces insaciables de la usura bancaria, esto sería completamente
intolerable.
Sin embargo, algo es algo. Algún nuevo camino alumbra.
-- Una
reflexión sobre ‘el ladrillo’ --
por el
Dr. F. Enebral
Casares
En cuanto al sector de la construcción, su funcionamiento e implicaciones generales es un tema complejo.
Ciñéndonos al posible bucle
especulativo (de compra-ventas
sucesivas) que aparezca, hay que
advertir que su existencia no es solamente porque
las viviendas son un bien inelástico cuya tasa de demanda es suficientemente mantenida, sino muy principalmente porque constituyen objetivo del ahorro que
nos garantice estabilidad económica.
Este constituirse en destino para el ahorro
familiar basándose no sólo en la permanencia de su valor
sino incluso en su progresiva revalorización (empujada, como
decimos, por la constancia e inelasticidad de su demanda) representa muchas más ventajas sociales
generales
que inconvenientes, y no hay por qué alarmarse por ello, sino apoyarlo.
En efecto: la economía
familiar está orientada
esencialmente a la supervivencia, la cual, con el tiempo, lleva consigo una constricción
de actividades al tiempo que unas paradójicas
mayores exigencias monetarias para
sobrevivir, y desligadas del trabajo que
los ancianos yo no pueden realizar. Es entonces perfectamente razonable que la familia tenga la opción de recuperar una suficiente rentabilidad de la inversión que en su día hizo al comprar una vivienda,
cuando se plantee substituirla
por otro tipo de domicilio (reducido, compartido, rural, asistencial,...). Y es, por tanto, aceptable y razonable
que las viviendas vayan revalorizándose en un porcentaje que emule
el que obtienen otros agentes económicos, y que no parece factible que sea
inferior a un 4 ó 6%, es decir: que
compense el incremento del índice de precios, y atenúe la
desvalorización por su uso y vejez.
En
estas condiciones, la absorción de mano de obra de diversa índole, y de la gran variedad de productos implicados en la construcción, representa
un importantísimo motor de la actividad económica general del país; en tanto que las distorsiones que aparezcan en accesibilidad real a una vivienda
pueden paliarse por los gobernantes con diversas medidas que aquí no es lugar apropiado para exponerlas, pero que,
desde luego, en ningún caso consistirán en una subida genérica de impuestos, o de los tipos de interés, que entorpecerían
aún más esa accesibilidad.
Por otra parte, los
salarios no cabe tratar de orientarlos
'hacia el consumo', porque es un derecho humano inalienable el
del ahorro como legítimo intento
de garantizarse la
estabilidad de la propia
subsistencia en el futuro. Las retribuciones son para sufragar tanto los gastos
oportunos como los ahorros que nos respalden en el tiempo. Y, en este aspecto,
será preferible poner nuestros ahorros en inversiones fácilmente revertibles en liquidez cuando así lo necesitemos.
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