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Reflexiones pluridisciplinares sobre la actualidad reseñada en los medios de comunicación

jueves, 19 de junio de 2014

En España (¡en el mundo!) cabemos todos






El martes, 10 de mayo de 2011, en vísperas de las elecciones del 22 de aquel mes, este modestísimo blog acogió un comentario del Prof. Dr. Fernando Enebral Casares con ocasión del asalto e incendio de una iglesia en Egipto por musulmanes; y que tuvo su epígono el siguiente 23, felicitando y felicitándose por que las elecciones se hubiesen celebrado con total normalidad.

La indudable y permanente actualidad de las reflexiones de aquel martes, incluso renovada en el día a día cotidiano, nos anima a reproducirlas hoy, resaltándoles --con permiso de su autor-- palabras o frases de mayor interés. Pequeña perífrasis libre, además, a algunas del reciente discurso del Rey Felipe VI, en humilde homenaje suyo, al que expresamos nuestra adhesión.



En España (¡en el mundo!) cabemos todos
 


En España; más aún: ¡en el mundo!..., cabemos todos. ¿Por qué los humanos seguimos rigiéndonos por el atavismo zoológico del sentido de la posesión, de la territorialidad; del prurito pueril, primitivo, tribal, de agarrar con fuerza aquello que tenemos más a mano y gritar: “¡mío, mío!” Y cual leones en celo, rugir y saltar sobre cualquier ser viviente que ose invadir nuestro entorno…?

¡Cuándo comprenderemos que, puesto que todos, por la gran limitación que caracteriza nuestra existencia individual, necesitamos ‘recibir’, lo único inteligente, y realmente ‘humano’, es que todos nos adelantemos a compartir’! Es el único modo mejor de que todos logremos disponer, en el mutuo respeto y solidaridad, del mayor abanico de posibilidades…

Y esto va también, desde luego, dirigido a aquellos que, por alfas o por nefas (y no siempre por méritos correlativos), ‘tienen’ muchos más bienes materiales que la inmensa mayoría de los mortales…

¿Acaso no acabará podrido de soledad ese banquero, verbigracia, que gana medio millón de euros ¡mensuales! por hacer no se sabe bien qué? ¿O acaso no angustiado en su pavorosa soledad el dirigente político encastillado en su torre de marfil, en la que se refocila, cual jabato impúber y alocado, hozando, a la postre, en sus propias inmundicias de las que es desesperado preso?

¿No serían más plenos, más satisfechos si se abriesen a los demás y comprobasen la felicidad inigualable de ‘compartir’?

¿Para qué el dinero o el poderío si no es para procurar hacer más felices a todos?

Encerrarse en una alcoba de espejos, en vez de abrir de par en par las hojas de las ventanas para ‘compartirse’ con el mundo, ¿no acabará enloqueciéndolos al tenerlos continuamente encarados con sus insuperables limitaciones?

Es obvio, evidente, que no existimos ‘por nosotros mismos’: precisamente porque jamás podremos llegar a existir ‘como nos dé la gana’. Y entonces, ¿por qué no acercarnos, con sencillez de corazón, hasta los demás para decirles: “Ecce homo: aceptadme tal cual soy, con amor y compasión: con el mismo amor y compasión que también yo os acepto…; para discurrir juntos, complementándonos, apoyándonos mutuamente, por el laberinto de la vida del que, entre todos, sabremos salir”.

¿Por qué encerrarse tercamente en la endogamia patógena de una etnia concreta, o de uno u otro sentido religioso, político, intelectual o cultural de afrontar el amanecer o asumir el anochecer, en vez de caminar todos gozosamente del brazo para sostenernos recíprocamente en nuestros inevitables traspiés?

En España, ¡y en el mundo!, cabemos todos. Sólo tenemos que colgar en el perchero nuestros impulsos pueriles, zoológicos, primitivos o tribales, de imbéciles (¿por qué no decirlo claramente?), de ese clamar ciegamente “¡mío, mío!”…, para proclamar ¡juntos!, a pleno pulmón, un “¡¡nuestroooo!!” que llene todo el Universo de paz y concordia, y nos llene, también a nosotros, de Universo pleno: del Universo común en el que estamos atrapados, pero que siempre podremos entusiastamente ¡¡compartiiiir!!

Por favor: no nos degrademos hozando continuamente entre nuestras miserias, sin ser capaces de alzar la vista y admirar el firmamento. Ese mismo firmamento que estamos abocados a compartir, porque es único y mismo el que a todos nos cobija.

¿O es mucho pedir? ¿Acaso no es lo más inteligente que pedir?

Dr. Fernando Enebral


 


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