En España (¡en el mundo!) cabemos todos
El martes, 10 de mayo de 2011, en vísperas de las elecciones del 22
de aquel mes, este modestísimo blog acogió un comentario del Prof. Dr.
Fernando Enebral Casares con ocasión del asalto e incendio de una iglesia
en Egipto por musulmanes; y que tuvo su epígono el siguiente 23, felicitando y
felicitándose por que las elecciones se hubiesen celebrado con total
normalidad.
La indudable
y permanente actualidad de las reflexiones de aquel martes, incluso renovada en el día a día cotidiano,
nos anima a reproducirlas hoy, resaltándoles --con permiso de su autor-- palabras
o frases de mayor interés. Pequeña perífrasis
libre, además, a algunas del
reciente discurso del Rey Felipe VI,
en humilde homenaje suyo, al que expresamos nuestra adhesión.
En España (¡en el
mundo!) cabemos todos
En España; más aún: ¡en el
mundo!..., cabemos todos. ¿Por qué los humanos seguimos rigiéndonos por el atavismo
zoológico del sentido de
la posesión,
de la territorialidad;
del prurito pueril,
primitivo, tribal, de agarrar con fuerza
aquello que tenemos más a mano y gritar:
“¡mío, mío!” Y cual leones en celo, rugir y saltar sobre cualquier ser
viviente que ose invadir nuestro
entorno…?
¡Cuándo comprenderemos que, puesto
que todos, por la
gran limitación que caracteriza nuestra existencia individual, necesitamos ‘recibir’,
lo único inteligente, y realmente ‘humano’, es que todos nos adelantemos a ‘compartir’!
Es el único modo mejor de que todos logremos disponer, en el mutuo respeto y solidaridad, del mayor
abanico de posibilidades…
Y esto va también,
desde luego, dirigido a aquellos que,
por alfas o por nefas (y no siempre por méritos correlativos), ‘tienen’ muchos más bienes materiales que
la inmensa mayoría de los mortales…
¿Acaso no acabará podrido de soledad ese banquero, verbigracia, que gana medio millón de
euros ¡mensuales! por hacer no se sabe bien qué? ¿O acaso no angustiado en
su pavorosa soledad
el dirigente político encastillado
en su torre de marfil, en la que se refocila, cual jabato impúber y alocado, hozando, a
la postre, en sus
propias inmundicias de las que es desesperado preso?
¿No serían más plenos, más satisfechos si se abriesen a los demás y comprobasen
la felicidad inigualable de ‘compartir’?
¿Para qué el dinero o el poderío si no es para procurar hacer más felices a todos?
Encerrarse en una alcoba de espejos, en
vez de abrir de par en par las
hojas de las ventanas para ‘compartirse’ con el mundo, ¿no
acabará enloqueciéndolos al tenerlos continuamente encarados con sus
insuperables limitaciones?
Es obvio, evidente, que no existimos ‘por nosotros mismos’:
precisamente porque jamás podremos llegar a existir ‘como nos dé la gana’. Y entonces, ¿por
qué no acercarnos, con sencillez de corazón, hasta los demás para decirles: “Ecce homo: aceptadme tal cual soy, con amor y compasión: con el
mismo amor y compasión que también yo os acepto…; para discurrir juntos, complementándonos, apoyándonos mutuamente, por el
laberinto de la vida del que, entre todos, sabremos salir”.
¿Por qué
encerrarse tercamente en la endogamia patógena de una etnia concreta, o de
uno u otro sentido religioso, político, intelectual o cultural
de afrontar el amanecer o asumir el anochecer, en vez de caminar todos
gozosamente del
brazo para sostenernos recíprocamente en nuestros inevitables
traspiés?
En España, ¡y en el mundo!, cabemos todos. Sólo tenemos que colgar en el
perchero nuestros
impulsos pueriles, zoológicos, primitivos o tribales, de imbéciles (¿por qué no
decirlo claramente?), de ese clamar
ciegamente “¡mío, mío!”…, para proclamar ¡juntos!,
a pleno pulmón, un “¡¡nuestroooo!!” que
llene todo el Universo de paz y concordia, y nos llene, también a nosotros, de Universo pleno: del Universo común en el que estamos atrapados, pero
que siempre
podremos entusiastamente ¡¡compartiiiir!!
Por favor: no nos degrademos hozando continuamente entre nuestras miserias, sin ser capaces de alzar la
vista y admirar el
firmamento. Ese mismo firmamento que estamos abocados a compartir, porque
es único y mismo el que a
todos nos cobija.
¿O es mucho pedir? ¿Acaso
no es lo más inteligente que pedir?
Dr. Fernando Enebral
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