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Reflexiones pluridisciplinares sobre la actualidad reseñada en los medios de comunicación

martes, 17 de junio de 2014

La progresiva evolución de la primitiva República neanderthalensis se coronó al alcanzar la moderna Monarquía parlamentaria








En los comienzos prehomínidos, su organización tribal, de bestial sentido territorial que excluía a todo vecino --algo así como lo que predicaban los nazis y predican ahora los fanáticos separatismos, racistas terrorismos genocidas--, cristalizaba en una especie de República, que sometía el clan al vencedor de la lucha por el poder (cual manada que hocica ante el macho victorioso), erigido en tirano incluso despiadado (recuérdense los ‘sacrificios’ mayas).

Poco a poco, con el aumento de población, crece la complejidad social y se requiere ‘progresiva’ especialización del trabajo, de las competencias y las responsabilidades. Hasta el punto que el jefe, por imperativo de sobrevivencia, necesita rodearse de un grupo de asesores que, con el tiempo, aumenta en número y en frecuencia de debates internos: es el germen de los posteriores Parlamentos.

Curiosamente, a medida  que éstos van asentándose como órgano consultivo para resolver lo cotidiano, el jefe va cediendo paralelamente protagonismo, en tanto que el tal cuerpo colegial invade y asume funciones ejecutivas.

Por otra parte, en la cultura occidental la Jefatura de los Estados va emancipándose progresivamente de la reyerta fratricida de ambiciosos u oportunistas,  recurriéndose para ello a un sistema  preferentemente hereditario que garantice mejor la estabilidad y, sobre todo, la continuidad en la eficiencia de una convivencia pacífica.

Era el lujo que sólo la Historia y la riqueza intelectual podían regalar a los países europeos, que supieron aprovecharlo. De modo que cuando fueron fraguando poco a poco --como en Inglaterra-- los Parlamentos, las Monarquías DIERON a las Repúblicas EJEMPLO de que los Jefes de Estado se reservan una función simbólica, de representación nacional e histórica, y de cohesión superando discrepancias de criterio o planteamiento para las posibles soluciones a los avatares diarios; pero ajena a la refriega partidista y por encima de sus mezquindades.

De este modo, la Jefatura republicana IMITA a las Monarquías, pero torpemente: porque somete al país periódicamente a una multiplicada e innecesaria lucha paranoica por ostentar un poder que sólo será figura simbólica y de freno a los excesos sectarios.

Porque, de otra parte, si el Presidente de República, tal vez haciendo prevaler el sufragio (directo o indirecto) por el que resultase aupado, quisiese  ejercer facultades ejecutivas como las que asumió el General De Gaulle y sus sucesores, o las que asume el Presidente de Rusia o el de EE.UU., correríamos el riesgo de estar emulando la figura de los procónsules romanos que, nombrados con fecha de caducidad, en cambio eran auténticos dictadores totalitarios a plazo tasado.

Más aún: recordemos que en tiempos modernos fue una República, la de Weimar, la que hizo posible  la brutal paranoia nazi. O la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la despiadada tiranía stalinista.

Por otra parte se da la llamativa circunstancia en España --en concreto-- que la República impuesta tras el Golpe de Estado de extrema violencia callejera de abril de 1931 ¡jamás! se sometió a referéndum alguno; en tanto que la reinstauración monárquico-parlamentaria en nuestro país ha superado nada menos de ¡cuatro! referéndumes: el del 26 de julio de 1946, aprobado por el 93% de los votos; el del 14 de diciembre de 1966, por el 95,86%; el del 15 de diciembre de 1976, por el 94%; y el 6 de diciembre de 1978, por el 88,54% de los votantes.

¿A cuento de qué, entonces, la insistente matraca de hacer un nuevo referéndum; matraca sostenida precisamente por quienes ¡jamás! sus antecesores dogmáticos sometieron a referéndum alguno lo que impusieron incluso mediante el exterminio de todo aquél que no se declarase ateo y adicto al marxismo… stalinista por más señas?

Sólo cabe sospechar que sea porque algunos aún ansían obsesos abrirse la posibilidad --por remota que fuese-- de llegar a erigirse en “Presidentes-déspotas” de alguna ‘república’ en la que ellos, además de lucrarse hasta la saciedad  --conforme se ve en casos como los Castro de Cuba, los Maduro de Venezuela, los Sadam de Irak, o tantos otros Bin Laden de pacotilla--, tengan por esclavos rendidos ¡precisamente! a quienes hubiesen logrado previamente arrebatarles su adhesión con vil engaño gracias a que eran ignorantes e ingenuos.

Porque la evolución de la cultura humana sobre la Tierra nos muestra, en cambio, que la mejor organización social se corona (culmina) con el régimen monárquico-parlamentario por el cual el Jefe del Estado asume la representación de éste, pero las leyes las aprueba el Parlamento. Y con la ventaja de, a tal simbólica y neutra representación popular, haberla excluído de reiteradas contiendas paranoico-ambiciosas.



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