El caso de un joven sanitario de hoy que se burla de su colega que siente compasión de una paciente hospitalaria a la que ambos atendían…
Hoy vamos a narrar tres anécdotas
hospitalarias de distinto signo, como exponente de ¡cuánto! cambian los tiempos…
Y así, cuentan de un
joven que un día, hace ya muchos,
muchos años --cuando
en Madrid aún cabía expresar camaradería
ciudadana sin que nadie se alarmase por eso-- , coincidió al salir
de unas oficinas con una persona que
susurraba: “Y ahora, a ver cuándo llega
el autobús”.
Sanamente compadecido,
le ofreció acercarla en su ínfimo cochecillo hasta otra parada
más céntrica,… si le convenía.
Ella, discreta,
declinó la oferta. Y entonces el joven, en
muestra de su buena voluntad, le entregó su tarjeta --¡qué tiempos aquéllos!--: “Por si en otra ocasión puedo ayudarte en algo”, le
dijo.
Pasaron los años…
Y una noche, ya muy de madrugada, sonó el teléfono que
despertó al joven: era aquella misma persona a quien dio su tarjeta y que --pásmense--
le llamaba “como último recurso…”, decía: porque estaba en un hospital de Murcia, desahuciada, con colapso renal irreversible, esperando que la
desenchufasen de la hemodiálisis en cualquier momento… Y que la monjita que la asistía --¡qué tiempos aquéllos!-- tropezó con ‘la tarjeta’ (?!) y la animó a que llamase --aunque
era ya muy de madrugada -- “por si le servía de algo…, aquel
joven tan amable…, conforme le había ofrecido hace años que haría…”
Ante tan sorprendente
‘recordatorio’, el joven, asumiendo que algo habría de hacer para
aliviar semejante desesperanza,
encajó --lo primero-- como ‘¡lo más natural del mundo!’ aquella situación, y “¡Claro que sí: faltaría más! ¡Hablamos de lo que quieras y hasta
que quieras!”, le dijo. Y así hicieron.
A la noche siguiente se repitió la llamada (los
gastos corrían, le dijeron, a cargo de --una
santa, sin duda-- la monjita del
hospital --¡qué tiempos aquéllos!--). Y así, dos o
tres veces más,… progresivamente algo más especiadas…
Después, ¡nada!: ¡silencio! Y el joven pensó que aquella persona ya habría muerto…
¡¡Pero no!!: pasado más de un mes, o dos,… ¡volvió a sonar de madrugada el teléfono...! Y era para decirle , ¡nada menos!,… ¡¡que ESTABA
COMPLETAMENTE CURADA, y que la daban de alta al día siguiente!! Y que quería decírselo... (Fue lo último: el joven ya no volvió a saber de aquella
persona)
… …
… …
Pasaron los años…
Muchos años… Y aquel joven se hizo anciano…
Y un día --en el mayo pasado-- tuvo que acudir a un cardiólogo por un
percance sufrido… sin duda porque un administrador
infiel, de su comunidad vecinal, se
ha quedado con miles de euros suyos y, encima, le acusa de moroso y le
extorsiona con la amenaza de embargarle y arrebatarle el piso si no vuelve a
pagar lo que él le ha quitado… (Y aunque de por medio hay certificaciones bancarias y
actas notariales, pruebas fehacientes, de los hechos,
el sistema judicial parece más atento a
‘tutelar’ al delincuente --¡y tanto
más cuanto más lo sea!-- que a las víctimas,… de las que, tal vez,
‘el sistema’ diga aquello del guión de “Algunos hombres buenos”: “¡cosas del viejo…!”)
El caso es que acudió al cardiólogo. Y al
entrar para reconocimiento se cruzó con una,
igualmente, anciana
que, también acompañada en esta ocasión por una monjita, parecía muy decrépita y descorazonada…
Y quizá recordando el ‘incidente telefónico’ de aquella persona desahuciada de Murcia, pensó: “¡Señor, Señor: alivia, si es posible, a esta pobre ancianita…!”
Y quizá recordando el ‘incidente telefónico’ de aquella persona desahuciada de Murcia, pensó: “¡Señor, Señor: alivia, si es posible, a esta pobre ancianita…!”
Pasaron los días y aquel joven, ahora ya viejito, volvió a revisión del mismo cardiólogo, conforme lo programado.
Y allí llegó, a la sala de espera, otra vez la misma ancianita…, pero ahora ¡la mar de
jacarandosa! y saludable de aspecto… La saludó, le dio --esta vez sí: como antiguos conocidos
ya-- unas palmaditas de ánimo… y ya no ha
vuelto a saber de ella…
… …
… …
Pues bien: nos hemos permitido narrar estas dos anteriores --y curiosas-- anécdotas, como contraste con lo siguiente:
Hace unos días, a una enfermera hospitalaria, compadecida por la
situación de una paciente, se le escapó
también susurrar por ‘lo bajito’
una suerte de pequeña plegaria o esperanza de que, a ser posible, sintiese algún alivio…
Con tan mala fortuna que un auxiliar
sanitario, que estaba cerca, acertó
a oírla y… ¡se burló, entonces, de ella!... (Como quien
parece incapaz
de levantar la mirada al cielo y ver que todos estamos bajo el mismo
firmamento de estrellas titilantes que nos llaman a la solidaridad y la esperanza…)
Y uno no puede por menos que exclamar: “Hay que ver,… ¡cómo cambian los tiempos!...!”
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