Discrepancia política no puede haber en el ‘qué’ sino en los ‘cómos’ y sus ‘porqués’
A estas alturas de desarrollo de la cultura
y conocimiento humanos, no puede ya caber duda alguna sobre los ‘qués’ necesarios para la convivencia en
paz, justicia y eficiencia. Otra cuestión serán los ‘cómos’, que vendrán sustentados por sus correspondientes ‘porqués’, y que dependerán, en gran
medida, en tener o no tener --tener más o tener menos-- esa cualidad
lamentablemente desdeñada hoy día… a pesar de ser esencialmente ‘ecológica’: la consideración SIMULTÁNEA de todos los escenarios posibles, presentes y futuros, del
devenir social.
Definamos, pues, esos ‘qués’ comunes, incuestionables, de desarrollo humano según las
capacidades de cada uno para aportar eficiencia a la comunidad; en justicia
retributiva, objetiva y subjetiva; y en respeto y COMPLEMENTACIÓN entre TODOS,
dejándonos de bobaditas y quisicosas de niños malcriados; y debatamos, como
adultos sensatos, los más y los menos que cada ‘camino’ (o ‘cómos’) nos
acerque las metas. Pero debatidos con ‘razones’,
y nunca ‘dogmatismos prejuzgados’ (y
que tanto recuerdan los remedios ‘hechiceros’ de tribus prehistóricas).
Mas ¿acaso encaja en este marco de sensatez
y cooperación por el bien común, el bochornoso espectáculo que dan los que --repartidos
por el mundo-- parecen tener una prisa impertinente por satisfacer sus locas ambiciones?.
En este sentido, permítasenos hacer algunas
reflexiones de posible utilidad.
Y en primer lugar, y para entendernos,
vamos a clasificar a las personas que se ‘meten’
en ‘política’, por categorías.
Y así, 1ª/, empecemos (por orden de mayor valía
humana) por el grupo de los que, aun sin de haber oído ese breve diálogo
del final de la película “Algunos hombres
buenos” (Columbia Pictures, 1992, guión Aaron Sorkin, intérpretes Tom Cruise, Jack
Nicholson, Demi Moore) en el que el marine Louden Downey le pregunta a su
Cabo Primero Harold Dawson (ambos acusados por la muerte de un compañero):
-- Pero ¿es que hemos hecho algo malo? ¡No hemos hecho nada malo!
Y Dawson responde:
-- Sí: hemos hecho algo malo: no hemos defendido a quien no podía defenderse por sí mismo.
… atienden este bello mensaje; es
decir, los que realmente han entrado en política “para defender a quienes no pueden hacerlo por sí mismos”. Para
trabajar sinceramente por mejorar la convivencia humana.
Ejemplos llamativos entre éstos serían --por
citar históricos-- Juana de Arco (que no dudó --incluso jugándose el prestigio personal hasta el punto de ser
luego acusada de bruja y morir en la hoguera-- en luchar por defender al futuro
rey Carlos VII de Francia, acorralado
por los ingleses); así como Fernando III de Castilla (que puso una flota
a disposición de los moros que no quisieran integrarse y prefiriesen abandonar Sevilla)
y su primo-hermano Luis IX de
Francia, ambos reyes que asumieron el mando para hacer, incluso heroicamente, el
mejor bien posible entre su pueblo.
Después, en la 2ª/, estarían esa tropa de pillos que, sabiéndose mediocres, acuden a la política
para medrar, dado que en otras actividades lo iban a tener más difícil. Grupo
éste al que se refirió con gracejo Felipe González --en ocasión que un
micrófono indiscreto le grababa inadvertidamente--, con aquello de que “los listos de la familia se dedican a los
negocios, y los otros, a la política”.
Y 3ª/ (por último en esta enumeración
meramente pedagógica y nunca --claro está-- exhaustiva), encuadraríamos a los locos: personajes que por
diversas mociones internas (desde la
ambición paranoica al fanatismo ideológico, pasando por todas las fases mixtas
e intermedias), buscan cauce a sus delirios, y satisfacción a su ego, predicando
imposibles con gran desparpajo para engañar a ingenuos y auparse como tiranos gracias a ellos.
Evidentemente, en este blog son estos últimos
los que nos aterran --por las desgracias universales a que pueden llevarnos: guerras,
ruinas, odios…--. Y son la diana de nuestras criticas --incluso
con aparente inclemencia que tanto en el alma nos duele hacer--, por si así pudiéramos
contribuir al remedio antes que a la terapia.
Pues bien: al grupo de los que se comportan
como locos, habría que
adscribir probablemente en las Américas a Donald y a Nico; como a
Hítler y Stalin en la historia europea; o como a otros del Asia (Mao,
Kim Jong-un,…).
En España, por desgracia, quizás, a gentes
como Pedro o Pablo que, cada uno en su estilo, nos inspiran temor… (¿Y no será este mismo
sentimiento, querido Pablo, y no otros extraños ‘complots’, el culpable de tu ‘derrota’?).
En el caso de Pedro (Sánchez) el paisaje pareciera
como si tuviese ‘abducidos’ (que es
más que seducidos) al resto de su PSOE, incapaces de apearle de su enrocada
postura, que deseamos --también por su bien-- que evolucione…
Lo triste de este grupo suele ser su pertinaz terquedad en aislarse. Por ejemplo. los independentistas: que, inicialmente adscritos más bien al Grupo-2 (de pillos mediocres ambiciosos), acaban en este 3º, de hacerse sordo y ciegos a toda evidencia y razón: v.gr., los del ‘Brexit’.
Porque lo malo de los delirios psicopáticos
es que son ‘fóbicos’. Es decir: que repelen con furia cualquier aproximación
que se intente al núcleo de su demencia. Por eso son de difícil cura.
Y aquí radica el enorme riesgo social que
suponen. Porque quedar en manos de una
mente que NO admite controversia alguna a sus ocurrencias (como
sucedía, repetimos, con Hítler o Stalin) es comprar todas las papeletas a la
rifa de ‘lo peor’.
Por esto --pensamos--, lo primero que deberíamos
pedir a un dirigente político es su capacidad para, aceptando los ‘qués’ ineludibles en que todas las personas
honestas e inteligentes ¡tenemos! que coincidir, saber oír
después (y exponer los propios) ‘porqués’ que sustenten los ‘cómos’ posibles con que alcanzar
con más probabilidad, respeto mutuo, justicia, paz y eficiencia, esos ‘qués’ últimos y consubstanciales con la
naturaleza humana y su convivir social.
Sólo
la ignorancia de la vida y sus interacciones, y de la dignidad de la
persona (que hay que acatar, proteger y ayudar desde los Universales Derechos
Humanos reconocidos), podría hacernos disentir en los ‘qués’.
Y éste, y no otra cosa, es lo que permite conseguir
un Parlamento que realmente lo sea (es decir: no un
simple ‘Votamento’ de parvulario): en
el que el Gobierno PROPONGA y TODOS contribuyan, con (y desde) sus propios
discursos, a alcanzar el MEJOR resultado POSIBLE.
A nosotros, por ejemplo, nada nos agradaría
más que poder debatir con tirios y troyanos sobre ‘lo humano y lo divino’ (que diríamos). Sería --en palabras
juveniles-- toda una ‘gozada’.
Pero, en cambio, OPONERSE a que HAYA
un Gobierno y una ‘OPOSICIÓN’ (razonable y razonante), pues… no lo
vemos.
Fernando
Enebral Casares
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