Las listas electorales cerradas y bloqueadas corrompen el sistema y causan la ingobernabilidad del país
Cerrábamos el año 2015 pidiendo perdón por haber propuesto en 1976 un sistema electoral
que, con el tiempo, se ha mostrado inconveniente. Y apuntamos al deterioro
conceptual y operativo que suponía el uso imperado de las listas electorales cerradas
y bloqueadas, es decir, aquéllas que ‘dictan’
los partidos y agrupaciones conteniendo ordenadamente
la serie de candidatos que concurren al Congreso (e incluso a otros cuerpos
representativos de rango territorial o local) y que de ningún modo pueden alterar o meter baza en ellas los electores.
Pero dejamos abierta la reflexión y, en el
aire, el porqué de la citada inconveniencia.
Pues
bien: ésta es muy clara y manifiesta. Se trata de que estando hechas esas listas por quienes en los partidos o agrupaciones
‘parten el bacalao’, a nadie sorprenderá
que el amiguismo y el servilismo cobren
un papel relevante --notoriamente excesivo--
a la hora de confeccionarlas: figurarán en ellas, y en puestos tanto más
destacados, las personas que más ‘confianza’
--como se dice en el argot político-- merezcan a quien o quienes las hacen.
Y
aquí es donde está el problema.
Porque…
¿quiénes serán quienes merezcan más ‘confianza’
a ‘los
jefes’ (incluso a los jefes en los ámbitos laborales y de todo tipo)?
Pues
en lo primero que se fija un ‘jefe’ para ‘confiar’ en algún subordinado es --y no estamos ‘descubriendo el Mediterráneo’-- en que sea dócil y maleable: que diga que sí
a todo lo que se le mande, y que ‘no nos complique’ la vida.
¡Vamos!:
algo así como la sabia --pero no ideal-- norma que tienen las Logias --que bien saben lo que se hacen-- para
aceptar nuevos miembros: que los socios emitan su voto a favor o en contra de admitir al postulante pero mediante introducir escusadamente una bola blanca o negra en una bolsa, según
estén a favor o en contra del aspirante. Y aquí no se preguntan porqués, ni se recuentan
mayorías: basta con que
aparezca una sola bola negra, para que se deniegue la admisión pretendida.
Es decir: la exigencia de merecer ‘la
máxima confianza’… y a todos.
Mas,
aun cuando éste sea un sistema operativo
respecto de aceptar nuevos socios o no (incluso en cualquier asociación; desde
luego), YA NO es lo mismo a la hora de escoger ‘colaboradores’ para el gobierno de una comunidad, tanto la
ciudadana como cualquier otra: científica, vecinal, empresarial, laboral, … y
hasta deportiva.
¿Por qué? Porque la carencia de ‘bolas negras’ garantiza que el postulante no
causa rechazos, pero nada dice respecto de su mayor o menor aptitud o
adecuación a los cometidos que haya de desempeñar. Y en esto es en
lo que cojea el método.
Porque quienes más fácil tendrán entonces el prosperar… ¡¡a fe!
que no serán las mentes más preclaras y creativas que, en cuanto tales, difícilmente
se amoldarán a rutinas ‘establecidas’!;
sino aquellas otras
que ‘ni chicha ni limoná’. Y que, además, sabiéndose serlo,… ¡es que ni siquiera se atreven a decir ‘pío’, porque ninguna seguridad
tienen en sí mismos como para decir ni tan siquiera ese tímido ‘pío’!. O sea: que no lo
dicen. Y por consiguiente
son los colaboradores más cómodos del planeta: el jefe es el jefe y, por tanto, es el que siempre
tiene razón. Y a
los demás sólo les cabe el “sí, bwana”, y se acabó.
Pero
vuelve a ocurrir el mismo fallo antes ya señalado: que sin creatividad, sin análisis crítico
de cada ocurrencia, el funcionamiento de … ¡lo que sea!, acaba muriendo
por consunción o… aburrimiento. Ni siquiera la
convivencia doméstica sobrevive. Menos
aún el Gobierno de una --de cualquiera-- nación.
Y
¿quieren ustedes un ejemplo revulsivo,
trepidante, altamente ilustrativo? No tendrán más que recordar al prototipo por
antonomasia de esto: el loco de Hítler. Personaje que, como todos saben, al que le
rechistaba, se lo cargaba. Pero que… le
llevó al fracaso total y hasta a su propio --desesperado--- suicidio.
Porque los personalismos, o el ‘culto a la personalidad’ --que se decía
de Mao Tsé Tung-- , acaban siempre consumiéndose en sí mismos como el cabo de una vela… ¡¡Todos! ¡Siempre!!
Y…
¿entonces? --se nos dirá--. Pues muy sencillo: es que hay que saber usar
el cerebro incluso para usarlo… Lo cual significa que, ante todo, tenemos que ser conscientes que somos ‘humanos’ --no, bestias de la selva--;
y que, por tanto, tenemos
que buscar, y aceptar, y procurar ‘prosperar’
--mejorar, ‘progresar’-- ,… pero ¡maldita sea!: ¡olvidándonos
de una vez de nuestras inercias zoológicas de ‘rivalizar’ --¡que ya no estamos en la selva!-- y
decidirnos --de una vez, también-- a AYUDARNOS, COORDINARNOS, COMPLEMENTARNOS.
Que
traducido a términos de ‘jefe-subordinado’
significa que el jefe tome conciencia de que NECESITA al subordinado (y viceversa), y que,
entonces, ambos tienen que COLABORAR con
honesta sinceridad. Con RESPETO recíproco,
pero también con el RECONOCIMIENTO
recíproco de que, cada cual en su ámbito, seguro que tienen una mejor
perspectiva de cómo MANEJAR las situaciones y las herramientas específicas de
cada labor. Para, así, COMPLEMENTARSE. Como corresponde a personas con cerebro
y corazón.
Y
todo lo demás se nos antoja no sólo filfa,
sino incluso un morrocotudo DISPARATE. Porque si no, ¡aquí no hay quien viva! ¿O sí?
Todo lo cual,
aplicado a lo de las listas cerradas y bloqueadas --que era el origen de estas reflexiones
sobre lo que es ‘el pan de cada día’--,
querrá decir que NO se pueden formar fijándose
en cuánto de ‘amiguete sumiso’ sea
éste o el otro, sino en quiénes tiene realmente la cabeza
sobre los hombros y son lo
bastante ‘fajados’ como para exponer sus razones
--que no es lo mismo que tratar de ‘imponerlas’;
claro está-- incluso al más pintado que se
tercie. Porque si no hay intercambio leal
de razonamientos, no llegaremos a parte alguna.
Entonces,
¿listas cerradas y bloqueadas? Pues
miren ustedes: ¡incluso funcionarían…
si las cosas se hiciesen TODAS bien! Pero como esto es difícil, vamos
a tratar de ingeniarnos una alternativa… y dentro de la Constitución.
La
solución,… (si nos lo permiten).
NB.-
Dada la escasez de tiempo que a todos nos corroe, perdónesenos que en esta
ocasión apenas nos entretengamos en subrayar el texto ni animarlo con
ilustraciones. Gracias.
Prof. Dr. Fernando Enebral Casares.
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