La matanza de Noruega: culpable, el mundo actual
El mundo actual --también el antiguo; aunque, por su primitivismo, mostraba connotaciones diferentes-- es claramente el culpable de la reciente matanza de Noruega, y de otras habidas en los últimos años y diversos sitios. Todos tendremos que hacer, de una vez por todas, un profundo ejercicio de reflexión y propósito de la enmienda. (Y en eso estamos, desde siempre, en este minúsculo y esporádico --por apabullante carencia de medios-- blog que incluso en su mismo aceptar con sencillez su insignificancia pretende dar testimonio del camino a seguir --pensamos-- por la Humanidad).
Nos explicamos. Y, para ello, nos remitimos al breve comentario que adjuntamos del psiquiatra forense Leopoldo Ortega. En éste, y aunque sólo de pasada, se citan tres tipos de trastornos paranoides de la personalidad: el fanático, el celotípico, y el querulante (*).
El socialmente más grave es, claro, el tipo fanático. Y es, por desgracia, el que fomenta insensatamente el mundo actual, las civilizaciones actuales, de forma persistente y hasta magnificándolo con constante alabanza y propaganda en todos los medios de comunicación y de todos los modos posibles… ¿Acaso deberemos extrañarnos luego que tal incitación permanente fructifique en actos tan brutales como el de Utoya-Olso en Noruega u otros anteriores (Oklahoma, Torres Gemelas,… o su prototipo: el hitlerismo histéricamente multitudinario y genocida)?
El error está, creemos, en que el humano, que es el ser vivo más excelsamente facultado por su capacidad de ‘amar’ (y no sólo por imperativo instintivo) para ‘complementarse’ con su entorno y con los demás, en vez de ‘rivalizar’ como bestias de la selva;… se empeña precisamente en esto último, en ‘rivalizar’, en vez de comprender que “pues todos necesitamos recibir, ¡adelantémonos! todos a compartir cuanto podamos”…
Pero no: la cultura social actual, y en todas sus vertientes, promueve incesantemente la ambición enfermiza, la disputa egoísta, la rapiña predadora, de lo poco que a todos y ¡para todos! el planeta ofrece. Y…: el ‘culto a la personalidad’ en loor de multitudes, el idolatrar a los que despuntan en bobadas, el ‘fanatismo’, en fin, de aplaudir frenéticamente y envidiar obsesivamente a éste o aquél que sobresale y no precisamente en excelencia humana pero que con ello, y para mayor desatino general, se refocila --por ejemplo, en política-- en sojuzgar, someter, manipular, arrastrar como peleles descerebrados a todos los más que pueda… (Recordemos siempre el paradigma de Hítler, y de Lenin, Mao,… o los populistas de hoy día, como Chávez, etcétera).
¿Es que un cantante drogadicto, o una actriz ninfómana, ¡no digamos un terrorista asesino!, serán dignos de ser homenajeados…ni tan siquiera a su muerte? Y entonces, ¿qué clase de engendros monstruosos, de cultura social, estamos pariendo que vemos que movilizan a cientos y aun miles de personas, de veinteañeros o treintañeros desquehacerados y desnortados, incluso de impúberes, que quieren autoafirmarse con la aberración de mostrarse enloquecidos?
Este fanatismo no es más que el resultado de estar alentando día a día la componente paranoide-obsesiva de gentes desestructuradas porque nadie les advirtió ni les ilustró de los peligros que encierran las turbulencias de la mente humana.
Debería ser asignatura escolar primaria, y ¡de las primeras! que se impartiesen en las escuelas, este análisis psicogénico del comportamiento humano, repugnante, en que fácilmente caeremos si no estamos suficientemente prevenidos ni informados.
Y otro tanto cabe decir respecto de los celos compulsivos, y de todo tipo además, a los que la testosterona masculina induce. O a la reivindicación permanente, irreductible, plasmada en la filmografía española en aquel “Don Erre que Erre” que, aun estando siempre cargado de razón para protestar, lleva su hábito querulante (*) hasta lo insoportable…
Así pues, no seamos hipócritas ni fariseos en el más peyorativo de sus significados: asumamos nuestra parte de responsabilidad colectiva, ¡enorme parte! de responsabilidad, en la reciente matanza de la isla de Utoya y de la bomba de Oslo, igual que, en su día, también debimos cargar con nuestra parte de culpa por que un doctor en Matemáticas, niño prodigio de Harvard, se convirtiese en “Unabomber”: un huraño marginado que desde su aislada cabaña enviaba hace años (de 1978 a 1995) hasta 16 cartas-bomba en EEUU… (véase también el recorte adjunto)
El fanático noruego de ahora NO es un ‘narcisista’ (como hemos oído decir neciamente a alguien). Si acaso, un paranoico latente, con el delirio de ser ‘el salvador del mundo’. Más ciertamente: el resultado de un ambiente estúpidamente insensato, inhumano.
¿Es que no seremos capaces de promover la inteligencia, la sencillez, el cariño, la solidaridad, el altruismo, el esfuerzo, la comprensión, la mutua ayuda y el mutuo respeto, la sensatez en fin, y la prudencia y la abnegación que muevan positivamente el mundo?
(*) NB.- “Querulante” es adjetivo usado consuetudinariamente por la ciencia psiquiátrica para describir el perfil continuamente reivindicativo, litigante, de componente paranoide o paranoica.
Desgraciadamente, los Académicos de la Lengua que los clanes semisecretos nos han dado, en vez de incorporar esta palabra al Diccionario se entretienen en destruir el español robándole precisión cuando suprimen bárbaramente acentos, u otras lindezas.
Etiquetas: asignatura escolar compartir inteligencia sensatez, Utoya Oslo fanático querulante paranoico multitudinario responsabilidad colectiva ambiente insensato inhumano Unabomber hitlerismo
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