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Reflexiones pluridisciplinares sobre la actualidad reseñada en los medios de comunicación

sábado, 25 de febrero de 2012

El escándalo de la SGA: la depravación de un mundo dominado por la farándula

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La portada y posterior información en páginas internas del ABC de Madrid, que reproducimos al margen, nos obliga a hacer una dura reflexión sobre la depravación mental y moral en que ha caído y sigue cayendo el mundo a manos de una cultura de farándula que es más bien tiranía de hechiceros de tribus prehomínidas.

Así, es increíble que un señor que, por lo que se dice, fue un cantante en festivales pueblerinos y que nadie recuerda, pretenda rapiñarnos al patrimonio colectivo de ciudadanos honestos y cultos la friolera de 23.000 euros mensuales como pensión vitalicia, amén de casi millón y medio como indemnización’ por haber dejado de gestionar --porque parece probado que lo hacía fraudulentamente-- una SGA (Sociedad General de Autores) que más semejaba un predio de berreadores que una institución para la promoción y protección del más valioso pensamiento de la Humanidad (y español en concreto).

En mis tiempos de estudiante, allá por los años 60, tuve la ocasión y el privilegio de tratar a valiosos universitarios que, en sus ratos de ocio, también hicieron sus pinitos como cantantes y miembros de grupos musicales que incluso se asomaron a las pantallas en blanco y negro de aquella aún balbuciente televisión. Pero, en su sano juicio, a ninguno de ellos se les ocurrió permutar sus profesiones intelectuales por la fanfarria y, menos aún, por la búsqueda del lucro fácil, a la sopa boba, a costa de lo que antaño hicieron otros añejos festivaleros (lucro fácil que es lo que aparentemente vino haciendo con denuedo la SGA bajo la hégira del señor citado por ABC).

Y si alguno hubo --como Julio Iglesias-- que obtuvo un complacido y condescendiente éxito popular, fue más por las sugerentes letras con carga filosófica y nostálgica, que por sus cuerdas vocales.

En cuanto a Elvis Presley, un muy modesto chaval del Mississippi, podría decirse que fue en los años 50 primero, y continuados después en los 60, el resultado del intento social de olvidarse de las tragedias de la reciente Guerra Mundial. Apodado posteriormente como Elvis Pelvis’ por su juego de cadera, resumía el inconsciente popular de rebeldía contra la terca perversión de los gobernantes empecinados en ‘guerras frías’ y reyertas de arrabal, y en esta línea fue sucedido y desplazado progresivamente en los 60 por el ‘fenómeno-escarabajo (los beatles), un grupo de lechuguinos petimetres (valga la redundancia) que escarbaron’ en el filón del querer --subconsciente o subyacente de la gente-- evadirse de las fatigas cotidianas.

Fueron éstos últimos, en definitiva, la expresión de una subcultura propia de marionetas descerebradas dispuestas a ir y venir enloquecidas --como hechizados en antiguas tribus-- de una acampada a otra en un intento irracional de ‘huír’ de las responsabilidades de esfuerzo solidario que competen al género humano; responsabilidades que los mozalbetes, por astuta y burda (valga la paradoja) vagancia, trastrocaron en vociferar semidesnudos y aborregados en muchedumbre de descampado en descampado…

Y es que el rearme bélico debido a la polarización política internacional de aquella época fue parejo de un pavoroso desarme mental, donde las razones fueron anuladas por los dogmatismos, y los valores específicamente humanos de austeridad, esfuerzo, abnegación y solidaridad libremente elegidas, fueron sustituídos en occidente por el hedonismo feroz de refocilarse en el presente instantáneo… por la desesperanza de un porvenir tal vez arrasado nuevamente por la guerra global y, por tanto, de un presente ayuno por completo de proyectos de futuro e ilusionantes. Mientras que en oriente (Rusia y China) sustituyeron la austeridad por la penuria más lacerante; y el esfuerzo, abnegación y solidaridad asumidas por libre decisión razonada, por la esclavitud impuesta a sangre y fuego por el tirano que aniquilaba las individualidades para garantizarse así su perpetuación en el poder.

De esta guisa, en occidente el tradicional y trascendente humanismo cristiano fue desplazado por la depravación consumista, de usar y tirar, y el fanatismo hacia ídolos hueros y caducos que tomar como pretexto para justificar toda suerte de excesos y toda clase de dislates. Y en oriente el sacrosanto respeto a la persona y su intimismo fue barrido por supuestos intereses ‘de Estado’ que solamente eran, en realidad, caprichos paranoicos del líder de turno.

Mas la austeridad es necesaria para no dilapidar ni expoliar insensatamente los muy limitados recursos naturales con que cuenta la especie humana. Y en el marco, además, de una solidaridad imperada ontológicamente porque, como afirmaba Gorbachov (en pensamiento convergente, por cierto, con el de San Pablo), “La interdependencia de nuestro mundo es tal que los pueblos juntos semejan una cordada de alpinistas en la ladera de la montaña. Juntos pueden ascender a la cumbre o caer juntos al abismo” (La Perestroika, Plaza-Janés, Barcelona 1987, p. 294; véase al margen).

Una solidaridad libremente aceptada y practicada que exige la virtud de la abnegación, patrimonio humano, por la cual estemos dispuestos a renunciar a ventajas y placeres personales --siempre efímeros y frecuentemente perniciosos-- a cambio de aportar nuestro esfuerzo al común de la Humanidad para sacarle adelante entre todos y del mejor modo posible para todos.

Pero eso creemos que hay que avanzar decididamente hacia un cambio de mentalidad en el que la farándula tenga su digno lugar de recreo y descanso, pero donde jamás pueda ser presentada como objeto de imitación o idolatría cuando no es más que una lúdica degradación --ojalá que sólo esporádica e irrelevante-- del espíritu humano de compartir el Universo en justicia y pacífica eficiencia; de tener --como predicaba Aristóteles, citado por Santo Tomás-- los bienes como propios (en cuanto a estar bajo nuestra responsabilidad) pero administrarlos como ajenos (en cuanto a destinarlos siempre al provecho de todos ); y de comprender que la mejor y más estable felicidad propia es la certeza de haber contribuido a paliar las desventuras ajenas.

Y en esta nueva y deseable mentalidad nunca ha de darse cabida ni transigencia a tipos como el citado por ABC, y ni tan siquiera su disculpa; sino su repudio contundente, implacable y enérgico.


Javier de Fernando


( ver también en J de Fer - Temas que pensar )

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