Huelga de controladores y viajeros manipulados por el Gobierno
Los hechos han venido a confirmar que ha sido el Gobierno el cerebro de la operación de ‘cierre del espacio aéreo’ que sorprendió y dejó en tierra a miles de viajeros. Y que, por tanto, sólo el Gobierno –y el Pepín Blanco-- debería ser el blanco de la iras de las gentes.
Porque el Gobierno, asediado por la crisis económica que se pasó dos años negando y, por consiguiente, sin afrontar ni remediar, necesitaba un golpe de efecto para tres propósitos: uno, dárselas de salvador de ciudadanos afligidos; dos, hacerlo con un gesto de fuerza y aparentando gran decisión; y tres, robarle a la gente con eso algo de confianza con la que seguir detentando, contra lógica y contra natura, el poder.
Para lograrlo, tenía que agredir grave y alevosamente a un colectivo para que reaccionase y poder entonces echarle la culpa del caos que, en verdad, quería premeditadamente desatar.
Después, presentarse como el salvador justiciero inflexible.
Luego, y tras comprobar que sus técnicas de engaño y movilización de masas habían funcionado, decretar un ‘estado de alarma’ para una situación creada artificialmente y que, desde luego, no procedía de catástrofe natural (terremoto, inundación, vulcanismo, huracán, etc) conforme exige la ley, pero que le servía como ensayo para futuras ocasiones (por ejemplo, lo de la militarización y otras coacciones públicas es instrumento de opresión y expropiaciones patrimoniales usado habitualmente por los tiranos-jefes de una revolución para la que cuenten con el fervor, ingenuo, de los previa y cuidadosamente engañados).
Más tarde, ahorrar, sí, alguna cantidad que airear y con la que mitigar algo los 13.000 millones de deuda que ha acumulado AENA por culpa de haber adjudicado ‘a los de siempre’ obras por 50.000 millones de euros, amén de haber asignado a sus directivos sueldos fabulosos por hacer --ellos sí-- nada; y usar estos sucesos como cortina de humo con que distraer de los correspondientes escándalos posibles de corrupción.
Todo lo cual efectivamente desató deliberadamente el Gobierno al dictar por sorpresa cambios sustanciales en el régimen laboral de los controladores; cambios que, hechos unilateralmente por quien sólo es una de las dos partes contratantes, son nulos de pleno derecho desde los romanos de hace veinte siglos hasta nuestros días. Por lo que estaba seguro que provocaría tan profundo desconcierto y malestar en los controladores que, tratándose de un trabajo que exige una enorme atención y agilidad y acierto mental para velar por la vida de millones de viajeros, también era completamente seguro que les obligaría irremediablemente a pedir inmediatamente la baja médica por haberlos puesto en una situación de estrés radicalmente incompatible con la regulación del espacio aéreo; incompatibilidad aducida por los controladores precisamente en un ejercicio de sensatez cívica: para no poner en riesgo, por accidentes, la vida de millones de pasajeros. Riesgo que obviamente se multiplicó por millón cuando algunos se vieron forzados a ponerse ante las pantallas de radar, como explicó una funcionaria balear, impelidos por militares que portaban sus armas reglamentarias….
Y que el Pepín Blanco se asombre por que se reúnan para hablar quienes han obtenido la baja médica para ejercer un trabajo superespecializado y que exige una agilidad y acierto mental como jamás ese ministro alcanzará en toda su vida --y ‘baja’, recordemos, precisamente para eso y no para otras cosas--, viene a justificar sobradamente el porqué el tal Pepín ha superado sólo estudios propios de un menor de edad.
Pero, en fin: habrá que reconocerle al Gobierno de Rubalcaba, maestro en azuzar linchamientos y otras intrigas y golpes de mano, que ha conseguido su turbio empeño cuando medios tan respetables y avisados como el ABC han picado como pardillos y se han dedicado a lapidar a los controladores sin percatarse del burdo y repugnante engaño: que era el Gobierno, y sólo el Gobierno, quien había tomado como marionetas de guiñol a todos los ciudadanos, y especialmente a los viajeros, para hacerles bailar al son que quería, y que era el de ensayar su capacidad de manipulación pública y de dar ‘golpes’ autoritarios para imponer lo que le plazca…
Solamente Ignacio Camacho parece que se ha olido algo; y tímidamente, demasiado tímidamente pero con acierto, ha alertado en el sentido que aquí desvelamos, apartándose de la línea editorial del periódico, el ABC, en el que escribe…
Por algo se empieza.
Porque el Gobierno, asediado por la crisis económica que se pasó dos años negando y, por consiguiente, sin afrontar ni remediar, necesitaba un golpe de efecto para tres propósitos: uno, dárselas de salvador de ciudadanos afligidos; dos, hacerlo con un gesto de fuerza y aparentando gran decisión; y tres, robarle a la gente con eso algo de confianza con la que seguir detentando, contra lógica y contra natura, el poder.
Para lograrlo, tenía que agredir grave y alevosamente a un colectivo para que reaccionase y poder entonces echarle la culpa del caos que, en verdad, quería premeditadamente desatar.
Después, presentarse como el salvador justiciero inflexible.
Luego, y tras comprobar que sus técnicas de engaño y movilización de masas habían funcionado, decretar un ‘estado de alarma’ para una situación creada artificialmente y que, desde luego, no procedía de catástrofe natural (terremoto, inundación, vulcanismo, huracán, etc) conforme exige la ley, pero que le servía como ensayo para futuras ocasiones (por ejemplo, lo de la militarización y otras coacciones públicas es instrumento de opresión y expropiaciones patrimoniales usado habitualmente por los tiranos-jefes de una revolución para la que cuenten con el fervor, ingenuo, de los previa y cuidadosamente engañados).
Más tarde, ahorrar, sí, alguna cantidad que airear y con la que mitigar algo los 13.000 millones de deuda que ha acumulado AENA por culpa de haber adjudicado ‘a los de siempre’ obras por 50.000 millones de euros, amén de haber asignado a sus directivos sueldos fabulosos por hacer --ellos sí-- nada; y usar estos sucesos como cortina de humo con que distraer de los correspondientes escándalos posibles de corrupción.
Todo lo cual efectivamente desató deliberadamente el Gobierno al dictar por sorpresa cambios sustanciales en el régimen laboral de los controladores; cambios que, hechos unilateralmente por quien sólo es una de las dos partes contratantes, son nulos de pleno derecho desde los romanos de hace veinte siglos hasta nuestros días. Por lo que estaba seguro que provocaría tan profundo desconcierto y malestar en los controladores que, tratándose de un trabajo que exige una enorme atención y agilidad y acierto mental para velar por la vida de millones de viajeros, también era completamente seguro que les obligaría irremediablemente a pedir inmediatamente la baja médica por haberlos puesto en una situación de estrés radicalmente incompatible con la regulación del espacio aéreo; incompatibilidad aducida por los controladores precisamente en un ejercicio de sensatez cívica: para no poner en riesgo, por accidentes, la vida de millones de pasajeros. Riesgo que obviamente se multiplicó por millón cuando algunos se vieron forzados a ponerse ante las pantallas de radar, como explicó una funcionaria balear, impelidos por militares que portaban sus armas reglamentarias….
Y que el Pepín Blanco se asombre por que se reúnan para hablar quienes han obtenido la baja médica para ejercer un trabajo superespecializado y que exige una agilidad y acierto mental como jamás ese ministro alcanzará en toda su vida --y ‘baja’, recordemos, precisamente para eso y no para otras cosas--, viene a justificar sobradamente el porqué el tal Pepín ha superado sólo estudios propios de un menor de edad.
Pero, en fin: habrá que reconocerle al Gobierno de Rubalcaba, maestro en azuzar linchamientos y otras intrigas y golpes de mano, que ha conseguido su turbio empeño cuando medios tan respetables y avisados como el ABC han picado como pardillos y se han dedicado a lapidar a los controladores sin percatarse del burdo y repugnante engaño: que era el Gobierno, y sólo el Gobierno, quien había tomado como marionetas de guiñol a todos los ciudadanos, y especialmente a los viajeros, para hacerles bailar al son que quería, y que era el de ensayar su capacidad de manipulación pública y de dar ‘golpes’ autoritarios para imponer lo que le plazca…
Solamente Ignacio Camacho parece que se ha olido algo; y tímidamente, demasiado tímidamente pero con acierto, ha alertado en el sentido que aquí desvelamos, apartándose de la línea editorial del periódico, el ABC, en el que escribe…
Por algo se empieza.
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